Suárez:
"No quiero que el sistema democrático sea un paréntesis en la historia de
España"
Anunció su
dimisión como presidente del Gobierno y de UCD a través de RTVE
EL PAÍS 30
ENE 1981
«No quiero
que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la
historia de España».
Estas son
las palabras del discurso pronunciado anoche por Adolfo Suárez a través de
Televisión Española, para anunciar su dimisión como presidente del Gobierno y
de Unión de Centro Democrático (UCD), que los observadores políticos han
considerado reveladoras de las presiones ejercidas por determinados sectores de
poder contra la continuidad de Suárez, valoradas por éste como atentatorias
contra la democracia.
El Comité
Ejecutivo de UCD reunido para designar un candidato a presidente del Gobierno
Calvo
Sotelo, candidato del "aparato" de UCD
Fraga:
"Elecciones un poco anticipadas, pero no demasiado"
Fuertes
presiones influyeron en la decisión del presidente Suárez de presentar su
dimisión irrevocable
Historia de
una dimisión
Los
Gobiernos de Suárez
Primera
derrota en la carrera de un triunfador
El
pensamiento político de Adolfo Suárez
Imagen de
prudencia política
"Suárez
ha dado toda su estatura como hombre de Estado"
El Rey
consultará a los partidos y propondrá al Parlamento un candidato a la
Presidencia
Blas Piñar
esperaba la dimisión de un momento a otro
Tierno
Galván: "El presidente no gozaba de la confianza del país"
Carrillo:
"Si Calvo Sotelo, sustituye a Suárez el PCE le hará la vida
imposible"
Felipe
González: "Creo y espero que la Zarzuela no haya intervenido en esta
crisis"
Alfonso
Guerra: "La solución de la crisis pasa por el Congreso de los
Diputados"
Adolfo
Suárez no explica las razones políticas de su dimisión
Televisión Española interrumpió sus emisiones a las 19.40 horas para transmitir la alocución de Adolfo Suárez, a continuación del rótulo Declaración del presidente del Gobierno.
Adolfo
Suárez, vestido con chaqueta oscura, camisa azul celeste y corbata azul oscura
a rayas blancas, apareció sentado tras su mesa de despacho en un plano general.
A la izquierda de la cámara, la bandera española; al fondo, en el mismo ángulo,
un retrato del Rey y un tapiz enmarcado que representaba a una mujer.
Sobre la
mesa, un mechero, un cenicero, y, a la izquierda del presidente, un micrófono
sobre trípode.
La cámara se
acercó en un zoom rápido hasta un plano medio del presidente, con aire
alrededor del busto, los ojos húmedos, dos motas de luz en las pupilas y un
reflejo luminoso en la frente.
El
presidente leyó con firmeza su alocución y miró constantemente a la cámara, es
decir, a los telespectadores, probablemente ayudado por el sistema de lectura
denominado autocue.
La
telecámara intentó corregir, con poco tino, los ligeros movimientos del
presidente al hablar. Durante la transmisión se oyeron cinco campanadas de un
carillón. Fuentes de Televisión Española afirman que se registró el programa
alrededor de las 15.30 horas.
El discurso
concluyó, visualmente, con apertura del zoom, que retrocedió al plano general
del inicio: Adolfo Suárez tenía las manos entrecruzadas sobre unos folios y los
codos apoyados sobre la mesa.
El texto íntegro del discurso, que duró doce minutos,
es el siguiente:
«Hay
momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de
la responsabilidad.
Yo creo
haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido
presidente del Gobierno. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me
parece infinitamente mayor.
Hoy tengo la
responsabilidad de explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que
me invistieron como presidente constitucional, las razones por las que presento,
irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno y mi decisión de
dejar la presidencia de la Unión de Centro Democrático.
No es una
decisión fácil. Pero hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal
como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y
objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en
su puesto o renunciando a él.
He llegado
al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es
más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia.
Me voy,
pues, sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones
con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento
de que este comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera
vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento.
No me voy
por cansancio. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad
de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy porque ya las palabras parecen
no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos la que somos y lo que
queremos.
Nada más
lejos de la realidad que la imagen que se ha querido dar de mí como la de una
persona aferrada al cargo. Todo político ha de tener vocación de poder,
voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios. Pero
un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el
precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es
superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las
mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación.
Yo creo
saberlo, tengo el convencimiento, de que esta es la situación en la que nos
hallamos y, por eso, mi decisión es tan firme como meditada.
He sufrido
un importante desgaste durante mis casi cinco años de presidente. Ninguna otra
persona, a lo largo ce los últimos 150 años, ha permanecido tanto tiempo
gobernando democráticamente en España. Mi desgaste personal ha permitido articular
un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo
modelo de Estado. Creo, por tanto, que ha merecido la pena. Pero, como
frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un
cambio de personas y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia
sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España.
Lealtad.
Trato de que
mi decisión sea un acto de estricta lealtad. De lealtad hacia España, cuya vida
libre ha de ser el fundamento irrenunciable para superar una historia repleta
de traumas y de frustraciones; de lealtad hacia la idea de un centro político
que se estructure en forma de partido interclasista, reformista y progresista,
y que tiene comprometido su esfuerzo en una tarea de erradicación de tantas
injusticias como todavía perviven en nuestro país; de lealtad a la Corona, a
cuya causa he dedicado todos mis esfuerzos, por entender que sólo en torno a
ella es posible la reconciliación de los españoles y una patria de todos, y de
lealtad, si me lo permiten, hacia mi propia obra.
Restablecer
la credibilidad en personas e instituciones
Pero este
profundo sentimiento de lealtad exige hoy también que le produzcan hechos que,
como el que asumo, actúen de revulsivo moral que ayude a restablecer la credibilidad
en las personas y en las instituciones.Quizá los modos y maneras que a menudo
se utilizan para juzgar a las personas no sean los más adecuados para una
convivencia serena. No me he quejado en ningún momento de la crítica. Siempre
la he aceptado serenamente. Pero creo que tengo fuerza moral para pedir que, en
el futuro, no se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad
o al ataque personal porque creo que se perjudica el normal y estable
funcionamiento de las instituciones democráticas. La crítica pública y profunda
de los actos de Gobierno es una necesidad, por no decir una obligación, en un
sistema democrático de Gobierno basado en la opinión pública. Pero el ataque
irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas y de
cualquier tipo de solución con que se trata de enfocar los problemas del país,
no son un arma legítima porque, precisamente, pueden desorientar a la opinión
pública en que se apoya el propio sistema democrático de convivencia.
Querría
transmitirles mi sentimiento de que sigue habiendo muchas razones para
conservar la fe, para mantenerse firmes y confiar en nosotros los españoles. Lo
digo con el ansia de quien quiere conservar la fuerza necesaria para fortalecer
en todos sus corazones la idea de la unidad de España, la voluntad de
fortalecer las instituciones democráticas y la necesidad de prestar un mayor
respeto a las personas y la legitimidad de los poderes públicos.
Yo, por mi
parte, les prometo que como diputado y como militante de mi partido seguiré
entregado en cuerpo y alma a la defensa y divulgación del compromiso ético y
del rearme moral que necesita la sociedad española.
Todos
podemos servir a este objetivo desde nuestro trabajo y desde la confianza de
que, si todos queremos, nadie podrá apartamos de las metas que, como nación
libre y desarrollada nos hemos trazado.
Se puede
prescindir de una persona en concreto. Pero no podemos prescindir del esfuerzo
que todos juntos hemos de hacer para construir una España de todos y para
todos.
Algo
tiene que cambiar
Por eso no
me puedo permitir ninguna queja ni ningún gesto de amargura. Tenemos que
mantenernos en la esperanza, convencidos de que las circunstancias seguirán
siendo difíciles durante algún tiempo, pero con la seguridad de que si no
desfallecemos vamos a seguir adelante.Algo muy importante tiene que cambiar en
nuestras actitudes y comportamientos. Y yo quiero contribuir, con mi renuncia,
a que este cambio sea realmente posible e inmediato.
Debemos
hacer todo lo necesario para que se recobre la confianza, para que se disipen
los descontentos y los desencantos. Y para ello es preciso convocar al país a
un gran esfuerzo. Es necesario que el pueblo español se agrupe en tomo a las
ideas, a las instituciones y a las personas promovidas democráticamente a la
dirección de los asuntos públicos.
Los
principales problemas de España tienen hoy el tratamiento adecuado para darles
solución. En UCD hay hombres capaces de continuar la labor de gobierno con
eficacia, profesionalidad y sentido del Estado y para afrontar este cambio con
toda normalidad. Les pido que les apoyen y que renueven en ellos su confianza
para que cuenten con el necesario margen de tiempo para poder culminar la labor
emprendida.
Deseo para
España, y para todos y cada uno de ustedes y de sus familias, un futuro de paz
y bienestar. Esta ha sido la única justificación de mi gestión política y va a
seguir siendo la razón fundamental de mi vida. Les doy las gracias por su
sacrificio, por su colaboración y por las reiteradas pruebas de confianza que
me han otorgado. Quise corresponder a ellas con entrega absoluta a mi trabajo y
con dedicación, abnegación y generosidad. Les prometo que donde quiera que esté
me mantendré identificado con sus aspiraciones. Que estaré siempre a su lado y que
trataré, en la medida de mis fuerzas, de mantenerme en la misma línea y con el
mismo espíritu de trabajo.
Muchas
gracias a todos y por todo».
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