lunes, 21 de enero de 2013

¿Cuál fue la trayectoria histórica de la Komintern?



¿Cuál fue la trayectoria histórica de la Komintern?
Por César Vidal
Durante décadas su simple mención provocaría el pavor de muchos y la esperanza de no menos. Para unos, significaba el instrumento del Kremlin encaminado a crear un estado de subversión mundial que acabara con todos los regímenes existentes e implantara la dictadura del proletariado. Para otros, era la vanguardia de un mañana repleto de esperanza en el que los trabajadores serían los dueños de su propio destino. Aunque la URSS negó durante décadas sus actividades subversivas lo cierto es que la Komintern o Internacional comunista tuvo un papel fundamental en el estallido de revoluciones durante la primera mitad del s. XX. Sin embargo, ¿cómo surgió y actuó este colosal aparato de poder?
Corría el mes de octubre de 1917 y Europa se veía desgarrada por una guerra mundial que había durado más de un trienio. En Rusia, el gobierno provisional nacido de la Revolución de febrero se preparaba para convocar unas elecciones a la Asamblea Constituyente en la que se diera forma al nuevo sistema democrático. No fue posible. Durante los días 24 y 25, los bolcheviques dieron un golpe de estado en Petrogrado —la antigua San Petersburgo— que los llevó al poder. Aunque desde el primer momento desencadenaron una serie de medidas represivas contra los adversarios políticos más moderados, muchos creyeron que aquellas acciones eran sólo una manera de preservar las conquistas revolucionarias. A la vez que daban los primeros pasos para firmar una paz que los alejara del conflicto, los bolcheviques incorporaron en su gobierno a los eseristas —los socialrevolucionarios de izquierdas— y convocaron las elecciones a la tanto tiempo ansiada Asamblea Constituyente. Los que esperaban la consolidación de la democracia en Rusia no tardaron en verse defraudados.
Cuando a inicios de diciembre, las elecciones concluyeron con una derrota bolchevique y una victoria del socialismo moderado, la respuesta de Lenin fue disolver la Asamblea y agudizar el proceso represivo. En los meses siguientes, anarquistas, socialistas, liberales, conservadores y cristianos fueron sólo algunos de los grupos sociales que pasaron masivamente por los campos de concentración creados por los bolcheviques o fueron ejecutados. Inicialmente, todo pareció favorecer a Lenin. De hecho, 1918 no pudo comenzar bajo mejores auspicios. El 3 de marzo, los bolcheviques concluyeron la paz de Brest-Litovsk con Alemania lo que les permitía abandonar la guerra. El 8 de agosto, Lenin firmó la orden que establecía el empleo del “terror de masas” para asentar a los bolcheviques en el poder. El 22 de septiembre, la represión se dirigió también contra los eseristas.
Sin embargo, pese a la inusitada dureza del terror bolchevique —realmente sin precedentes históricos en lo que sistematicidad y amplitud se refiere— Lenin era consciente de que su régimen no podría sobrevivir si no lograba extender la Revolución al resto del mundo. Con esa finalidad, se reunieron en Moscú del 2 al 6 de marzo de 1919 representantes de distintas organizaciones obreras de todo el orbe. En teoría, se trataba de crear una nueva Internacional socialista que no sólo sustituyera a la existente entonces sino que además impulsara la Revolución mundial. En la práctica, lo que desde el primer momento quedó de manifiesto es que la Komintern, III Internacional o Internacional comunista no iba a ser sino un mecanismo de control de Moscú sobre el resto de los partidos comunistas. Así, en los siguientes meses, la práctica totalidad de los partidos socialistas europeos sufrió escisiones que se tradujeron en la creación de nuevos partidos comunistas. A partir de entonces, la Komintern desarrolló una actividad que resultó frenética y que estuvo dirigida paradójicamente más contra los partidos obreros —especialmente socialistas— que contra los sectores más conservadores de la sociedad. De esta forma, mientras el nazismo hacía sentir su fuerza en Alemania, la Komintern proclamó que el partido socialdemócrata era un movimiento “social-fascista”, se sumó ocasionalmente a acciones políticas promovidas por los nazis e insistió en que la llegada de Hitler al gobierno sería un paso hacia adelante porque, aniquilados los socialistas como rivales, los comunistas se harían con el poder en pocos meses.
En enero de 1933, efectivamente Hitler se convirtió en el canciller de Alemania pero el resultado no fue ni una rápida victoria comunista ni la extensión del poder soviético en el resto de Europa. Por el contrario, los nazis demostraron ser aventajados alumnos de los métodos represivos creados por Lenin. La respuesta de la Komintern no se produjo hasta más de año y medio después. En agosto de 1935, el VII Congreso de la Komintern, que reunió en Moscú a delegados de sesenta y cinco partidos comunistas, abogó por una política nueva que recibió el nombre de Frente popular. Los comunistas debían dejar de atacar a los partidos socialistas y burgueses y buscar una alianza con ellos para combatir al fascismo. Aunque en apariencia podía dar la impresión de que la política de la Komintern se democratizaba, lo cierto es que la documentación interna desclasificada desde 1991 deja de manifiesto que nunca fue así. La Komintern, según se desprende de las instrucciones de personajes como Dimitrov, su secretario general desde la primavera de 1934, sólo pretendía neutralizar a cualquier adversario asociándolo propagandísticamente con el fascismo y lograr un peso en los parlamentos y gobiernos nacionales que allanara el camino hacia el poder. A partir de entonces, cualquier crítica contra la URSS —cuyas violaciones de los derechos humanos más elementales eran conocidas con cierta amplitud desde la década anterior— sería motejada de fascismo.
La auténtica edad dorada de la Komintern se inició con el estallido de la guerra civil en España, una nación donde, paradójicamente, el partido comunista era muy reducido. Inicialmente, Stalin no tenía ningún interés en involucrar a la URSS en un conflicto lejano. Cambió de opinión a finales de septiembre de 1936, cuando llegó a la conclusión de que, al verse aislada la República internacionalmente, podría hacerse con las reservas de oro del Banco de España. Con tal finalidad, comenzó a vender armas a la España republicana, envió asesores militares y, sobre todo, dio la orden de creación de las Brigadas internacionales. Estas unidades fueron presentadas ante la opinión pública internacional como un movimiento espontáneo de voluntarios que acudían a España a defender la democracia. Una vez más, la documentación de la Komintern muestra lo terriblemente falaz de esa afirmación.
En realidad, durante la guerra civil española, los agentes de la Komintern se dedicarían no sólo a ir sometiendo al gobierno republicano a los dictados de Moscú sino también a eliminar físicamente a todos aquellos considerados opuestos a Stalin. A partir de mayo de 1937, los anarquistas y, muy especialmente, los miembros del POUM fueron objeto de una represión comunista dirigida por los agentes soviéticos. Como señalaría años después Sudoplatov, un antiguo general del KGB, en España los servicios soviéticos aprendieron todo lo que se podía conocer en cuanto a subversión, toma del poder en un gobierno de coalición y eliminación de disidentes.
Apenas había concluido la guerra civil española cuando Stalin firmó con Hitler un Pacto de no-agresión que desmentía su política de los últimos años. La misión de la Komintern consistió entonces en lograr que los militantes comunistas se negaran a combatir el fascismo y acusaran de imperialistas a los que se oponían a Hitler. Lo consiguió con facilidad. Desde septiembre de 1939 al verano de 1941, los militantes comunistas —incluidos los antiguos voluntarios de las Brigadas internacionales— se negaron a combatir a los nazis incluso cuando invadieron su país y vertieron las más soeces acusaciones sobre personajes como Churchill o Roosevelt. La situación cambió de manera radical cuando Hitler invadió en el verano de 1941 la URSS. Entonces, siguiendo las directrices de la Komintern, los distintos partidos comunistas constituyeron grupos de resistencia contra el III Reich o, como sucedió en Estados Unidos, abogaron por la intervención de sus países en la guerra con el mismo vigor con que antes se habían opuesto a ella. Fue precisamente la necesidad de la ayuda aliada lo que llevó a Stalin a resolver la disolución de la Komintern en mayo de 1943. Lo hizo como un gesto de buena voluntad con el que pretendía dar la sensación de que renunciaba a extender la revolución al resto del mundo. La realidad iba a ser muy distinta. A pesar de la disolución de la Komintern, los partidos comunistas no dejaron —salvo cismas como el chino o el albanés— de ser fieles instrumentos de Moscú. Durante los años cuarenta implantaron dictaduras en Europa oriental siguiendo en buena medida las lecciones puestas en práctica en España desde 1937. Financieramente, por otro lado, no dejaron de recibir subsidios de Moscú hasta la caída de la URSS. Así, la Komintern disuelta en 1943 se perpetuó en sus acciones casi cuatro décadas más.

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