Entrevista:SABINO FERNÁNDEZ CAMPO | Ex
jefe de la Casa Real
"El error de Suárez fue la forma de
legalizar el PCE"
MANUEL CAMPO VIDAL 8 NOV 2009
Pocos meses antes de morir el pasado día
25, concedió una entrevista para un documental sobre Adolfo Suárez en la que
repasó algunos aspectos sobre el papel del Rey en el 23-F
A su muerte no dejó memorias, aunque sí
un gran recuerdo y algunos testimonios muy valiosos. Su viuda todavía está
leyendo telegramas y cartas de condolencia. "Ayer abrí el de Zapatero,
precioso texto...", explicaba el pasado jueves. Sabino Fernández Campo
(1918 - 2009) fue un hombre clave en el control del intento de golpe de estado
del 23-F. En privado había dado detalles de aquel dramático día que se
filtraron y desembocaron en papel escrito. Pero poco antes de morir lo hizo
ante una cámara de televisión. Aceptó grabar una larga entrevista para un
documental sobre la figura de Adolfo Suárez que aparecerá en pocas semanas.
Ésta es la transcripción de una parte de la conversación mantenida con el
periodista Manuel Campo Vidal. Fue como un pequeño testamento de gran valor a
falta de memorias.
"Creo que no se hubiera llegado al
23-F sin ese malestar militar"
"Martín Villa habló con alguien que
le dijo que todo estaba solucionado"
"El fallo estuvo en hacerlo por
sorpresa, porque prometió no autorizarlo"
"Le dije a Tejero: 'No vuelvas a
usar el nombre del Rey, no estás autorizado"
"El discurso de don Juan Carlos se
dio cuando se pudo, no esperando a nada"
"El agradecimiento a Suárez tenía
que ser enorme... yo le admiro mucho"
"El hombre ha tenido tan mala
suerte familiar y luego esta enfermedad..."
Pregunta. ¿Estaba Suárez informado antes
de dimitir de que había movimientos militares? Recordemos que un mes después se
produjo el 23-F, el intento de golpe de estado. ¿Intentó con su dimisión frenar
ese golpe?
Respuesta. El caso es que meditando
sobre lo que pasó, al repasar su discurso de dimisión, hay un párrafo muy
significativo que dice que su presencia en el Gobierno no quiere que signifique
una interrupción, un lapsus, en el desenvolvimiento democrático de España y que
debe apartarse para impedirlo. Es decir, que ahí se puede interpretar que él
sabía algo de eso. Verdaderamente el malestar era exagerado porque se
consideraba que hubo un desprecio -debo de decirlo, yo era militar también- cuando
se legalizó por sorpresa el Partido Comunista.
P. Él se había reunido con los militares
en septiembre del año 76, ocho meses antes de la legalización del PCE para
explicarles la reforma. ¿Cómo discurrió aquella reunión?
R. A Alfonso Osorio, que era ministro de
la Presidencia, y a Andrés Reguera, que era el ministro mío, de Información y
Turismo, yo les sugerí: "¿Qué tal si Adolfo reúne a los altos jefes
militares y les explica su plan, para hacerles ver que es necesario cambiar,
con toda prudencia? Y que les pida su ayuda para mantener la tranquilidad y el
orden". Les pareció muy bien conociendo a Adolfo, que tenía una gran
habilidad para hablar con la gente y convencerla de lo que fuera, porque era
muy hábil en eso, muy simpático, muy agradable. Adolfo tuvo esa reunión con los
tres ministros militares que había entonces y con los capitanes generales y
almirantes de departamento marítimo. Acudieron con cierta reserva, con cierto
recelo, "¿qué nos va a decir este muchacho, qué nos va a contar? Si él viene
del Movimiento y ahora está destrozándolo todo". Había una prevención
lógica en personas que llevaban tiempo viviendo un sistema y una situación.
Pero salió todo estupendamente: les convenció, les pidió el favor de que le
ayudaran, salieron diciendo que había que ayudarle... el entusiasmo fue enorme.
Salieron dando vivas a Suárez y a su familia. Eso bien se supo.
P. Pero no contaban con la legalización
del PCE más adelante...
R. Creo que el error estuvo, no en el
reconocimiento del Partido Comunista, sino en la forma de hacerlo por sorpresa.
En aquella reunión taxativamente dijo: "Se van a reconocer los partidos
políticos pero de ninguna manera se va a reconocer al Partido Comunista".
Entonces, salieron todos encantados porque la guerra había sido contra el
comunismo y demás. Hubo unanimidad.
P. ¿Dónde estaba usted en aquel momento
tan delicado, la Semana Santa de 1977, cuando se legalizó el PCE?
R. Yo estaba todavía en Información y
Turismo. Me llama el ministro Reguera, que estaba fuera de Madrid, y me envía a
una reunión con Rodolfo Martín Villa. Allí me dijo: "Desde la Dirección
General de Prensa, preparar la forma de decir que mañana sale el reconocimiento
del Partido Comunista". Para mí fue una sorpresa y dije: "¿Pero se ha
dicho a los militares que no se cumple aquella promesa?". Él se quedó un
poco parado. Me dijo que esperara; se marchó a hablar con alguien y al volver
afirmó: "Está todo arreglado, no te preocupes". Pero no estaba
arreglado. No sé qué pasó, el caso es que alguien aconsejó que, o se hacía de
esa manera, por sorpresa, o podía haber dificultades.
P. Pero esas dificultades se hubieran
producido...
R. No las hubiera habido. Eso respondo,
porque yo hablé con muchos de ellos o con casi todos porque los conocía por
haber estado en el ministerio muchos años. La desilusión fue enorme. Más que
ofensa, lo consideraron desprecio. Es decir, reunir a todas las cabezas más
importantes de las fuerzas de Tierra, Mar y Aire, hacerles una promesa seria y
luego que se enteren por la prensa de que no se ha cumplido, lo consideraron un
desprecio, una tomadura de pelo por lo menos. Y de ahí vinieron muchas cosas,
no sé hasta dónde, pero yo creo que muchas.
P. Pero, ¿realmente ellos hubieran
aceptado en otras circunstancias la legalización del Partido Comunista?
R. Si los vuelve a llamar, conociendo a
Adolfo, a pesar de haber hecho esa promesa, y les dice: "Tengo que hacer
una rectificación. Lo he meditado mucho y lo de reconocer al Partido Comunista
va a ser indispensable para que la democracia sea plena y para conocer las
posibilidades electorales de ese partido. Mantener ese grupo en la
clandestinidad sería mucho peor. Mejor tenerlos controlados, con unos
estatutos...". Los convence. Estoy completamente seguro. Fue una pena. Le
aconsejaron, no sé exactamente quién, que, o se hace por sorpresa o no se hace,
porque se van a oponer. Pero la sorpresa se consideró eso, un desprecio. Ahí
comienza un malestar que se fue arrastrando. Los que estaban conformes con esa
transformación empezaron a no estarlo tanto y creo que se fue transmitiendo ese
malestar que pudo dar lugar, entre otros motivos, a un acontecimiento tan
extraño y tan penoso como el golpe del 23 de febrero. Creo que no se hubiera
llegado al 23-F sin ese malestar militar al que se unían muchas otras cosas.
P. ¿Qué otras cosas? El terrorismo...
R. Sí y la sorpresa de un cambio radical
para unos señores que estaban acostumbrados a un sistema y de repente se abren
las puertas a una democracia que se había considerado siempre peligrosa. Pero
los hubiera convencido, porque Adolfo tenía unas condiciones para eso
extraordinarias. Para eso y para muchas otras cosas. Yo lo admiro mucho y
siento muchísimo la situación en la que ahora está porque es verdaderamente
penosa. Pregunto al hijo, pero... Incluso un día habíamos preparado que yo
fuera a almorzar con Adolfo y luego me dijo que no, porque no iba a saber quién
era yo, y que lo íbamos a pasar mal todos. Le tengo un cariño enorme,
admiración y agradecimiento. Pero creo que ahí estuvo mal aconsejado. Mal aconsejado
porque cuando yo me entrevisté con Rodolfo Martín Villa, él fue a hablar con
alguien que le dijo que estaba todo solucionado. Y se equivocó.
P. ¿Y no sabe con quién habló Martin
Villa?
R. No. Yo me imagino que con un militar
porque, claro, en aquel tema la opinión de un militar era muy importante. No lo
sé y no se pueden hacer especulaciones porque a mí no me lo dijo Rodolfo Martín
Villa.
P. ¡Qué suerte que estaba usted en la
Zarzuela la noche la tarde del 23-F!
R. No, suerte no. Se hizo... vamos, el
Rey es el que lo hizo todo. El Rey fue el que llamó a todos los capitanes
generales. Algunos acataron inmediatamente las órdenes. El capitán general de
Valencia, Milans del Bosch, también retiró los carros que había sacado a la
calle. En fin, el Rey lo hizo todo, pero hubo que hacerlo.
P. De aquella noche del 23-F viene
aquella frase que se le atribuye a usted desde Zarzuela: "El general
Armada ni está, ni se le espera". ¿Fue exactamente así?
R. No es que yo buscara una frase
histórica para grabarla en letras de bronce. Era la verdad. A mí, la
conversación con el general Juste, de la Acorazada Brunete, me había hecho
pensar que la presencia de Armada en Zarzuela era una cosa convenida entre
ellos. Es decir, cuando eso se produzca, cuando Armada esté ahí, es que las
cosas están en forma. Por eso la insistencia de Armada en ir a Zarzuela, pero
yo ya empecé a aconsejar al Rey para hacer lo imposible para que Armada no
subiera a Zarzuela. Porque no hay que olvidar que la organización de los
golpistas fue bastante mala, por cierto, porque hasta las cosas malas hay que
hacerlas bien.
P. ¿Qué otras cosas hicieron mal?
R. Pues el mismo Tejero entró diciendo
en el Congreso "en nombre del Rey". Llamé a Tejero y le dije:
"¿Qué haces ahí?". "Yo no recibo órdenes más que del capitán
general de Valencia". Digo: "Sí, pero has entrado diciendo 'en nombre
del Rey'. No vuelvas a utilizar ese nombre porque no estás autorizado". Se
quedó un poco sorprendido. Luego yo creo que sí había un afán de implicar, de
hacer creer que se hacía con consentimiento, o por lo menos con conocimiento,
del Rey.
P. Dice Javier Cercas en el libro
Anatomía de un instante que el Elefante Blanco era el general Armada.
R. Pues es probable. Ahí claro, sería
muy largo detenerse en todo esto, pero había un plan primitivo que no tenía
nada que ver con lo que sucedió. El general Armada, que seguía teniendo mucha
relación con Zarzuela y con el Rey, un día mandó -me lo mandó a mí para que se
lo hiciera llegar al Rey- un plan que decía que estaba hecho por un
constitucionalista importante español, donde se hablaba de que, dada la
situación difícil en que se encontraba Adolfo y el Gobierno, lo que convendría
era hacer un gobierno de concentración. Daba incluso las normas. Sería un
gobierno con personas de todos los partidos, de todos, porque el propio Felipe
iba a ser vicepresidente, pero luego el presidente era una persona neutral, no
política. Podía ser, decía, un general, un catedrático, un historiador.
Realmente estaba previsto para el propio Armada.
P. Y ese proyecto, ¿tenía alguna
viabilidad?
R. Eso no tenía forma porque, ¿qué es lo
que se pretendía? ¿Que el Rey se presentara en el Congreso a decir que no
cambiara el Gobierno? Eso era imposible. El hacerlo por las buenas... yo no
encuentro forma de hacerlo. Y, además, lo que se jugaba el Rey... porque si el
Rey hace una propuesta de ese tipo y no le hacen caso, pues queda completamente
sin autoridad. No, eso no se hizo pero se mezcló con el asalto al Congreso por
parte de Tejero. Y lo que iba a ser una propuesta pacífica, que no podía hacer
más que el Rey y que por lo tanto era muy arriesgada, se convirtió en un golpe
que ya derivó en la necesidad de salvar a los diputados que estaban en el
Congreso. Y le puedo asegurar, firmemente, que se dio el discurso en cuanto se
pudo, no esperando a nada. Quiero decir que desde el primer momento ya estaba
decidida la postura del Rey, como es lógico.
P. Sabe bien que aquel retraso del
discurso de don Juan Carlos dio pie a algunos a pensar que el Rey, antes de hablar,
quería ver como acababa todo aquello...
R. Yo puedo asegurar rotundamente que
desde el primer momento se había hecho ya el discurso, porque yo lo hice con el
Rey. Cuando llamé para que mandaran una cámara -ahora hay cámaras, pero
entonces tenía que venir de televisión- hablé con Fernando Castedo, el director
general [de RTVE], y noté que no se expresaba bien. Yo le dije: "Mira, el
Rey quiere lanzar un mensaje y ya lo tenemos hecho y tienes que mandar una
cámara". "Sí, claro, pero es que...". En fin, empezó a demostrar
que había dificultades. Ya deduje: "Pero, ¿es que tienes a alguien
ahí?" Y dijo: "Sí". Claro, había una compañía, un regimiento de
Transmisiones que había ocupado Prado del Rey. En vista de eso, el jefe de la
Casa, don Nicolás Cotoner, el Marqués de Mondéjar, que era amigo del coronel al
que pertenecía esa unidad, le llamó y le dijo: "Retira eso". Eso
llevó tiempo. Después salió la cámara y tardó en llegar. Luego el Rey se fue a
vestir de capitán general porque con todo ese apuro estaba con chándal. Hubo
que devolver la cinta con todas las dificultades, que no sabíamos si la
Zarzuela estaba rodeada. Es decir: no hay ningún interés y ninguna intención
deliberada en que no se diera hasta la hora que se dio. Fue en cuanto se pudo
dar. Luego se ha dicho que es que el Rey no daba el mensaje esperando cómo
discurrían los acontecimientos en el Congreso con Armada... no. La verdad es
que materialmente no se pudo hacer antes. El Rey reaccionó de una manera muy
clara y muy rotunda y habló con todos los capitanes generales, aparte de dar el
discurso en cuanto pudo.
P. General: muchas personas se
sorprenden de que militares como usted o Manuel Gutiérrez Mellado, o antes
Díez-Alegría, que venían de la dictadura, tuvieran tan claro que había que
llegar a la democracia. ¿Quién les elegía a ustedes para puestos clave?
R. Eso no lo sé pero bueno, yo creo que,
en definitiva, el Rey. Si yo fui a la Casa Real fue por el Rey. Pero antes de
eso, pues no lo sé. De todas maneras, el general Díez-Alegría... le admiro
mucho. Le admiré y creo que hizo una gran labor. No todo el mundo lo creía.
P. ¿Quién fue el mentor de Sabino
Fernández Campo?
R. Pues la verdad es que nadie. La
situación. En fin, no sé. El ambiente, el instinto que aquello no podía seguir,
que había que cambiar, que había que ir con prudencia a una transformación
política.
P. Antonio Garrigues Walker nos dice en
este documental sobre Adolfo Suárez: "España es que no sabe dar bien las
gracias. Las da tarde y mal".
R. Es
posible, porque el agradecimiento a Suárez tenía que ser enorme. Enorme. Para
mí hubo ese fallo, pero claro, ahora es muy fácil analizar lo que son los
fallos. Pero entonces estábamos metidos en plena vorágine y no era fácil
discriminar lo que iba a tener malas consecuencias o las tendría buenas. En
general, Suárez lo hizo todo magníficamente y con una gran habilidad y tenía
una gran simpatía y un gran afán de servir a España. Así que yo le admiro mucho
y siento horrores la situación en que se encuentra. El hombre ha tenido tan mala
suerte familiar y después, esta enfermedad que es tan penosa... Yo lo siento
tanto... porque quiero mucho a Adolfo, le admiro muchísimo, tuve con él mucha
relación. Fundamentalmente esa confianza que tuvo en exponerme a mí antes que
iba a dimitir y las razones por las que dimitía
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