JUAN NEGRIN: El gran estafador
El Mundo, 01/06/1997
Acordó con los soviéticos la entrega del
oro del Banco de España.
Desde 1937 estaba, secretamente, intentando pactar con
Franco.
De costumbres pantagruélicas, cenaba hasta tres veces.
Belloch entregó
200 millones a su familia en concepto de indemnización.
Lo que Negrín ha conseguido en la
historia moderna de España no lo ha conseguido nadie. Robó al Estado, robó al
pueblo, mató al Estado, mató al pueblo que servía a ese Estado, traicionó a sus
compañeros de partido, Prieto y Largo Caballero, traicionó a su propia
propaganda, pregonando la guerra final contra el fascismo mientras trataba de
entenderse con él, según las órdenes de Stalin, que no era lo que se dice un
demócrata.
Llegó al poder engañando a los suyos.
Pactó con los soviéticos la
entrega del oro del Banco de España, entonces la tercera reserva del mundo.
Se
llevó todo lo que los revolucionarios robaron de las cajas de seguridad de
todos los bancos y cajas de ahorro.
Tras proclamar la resistencia a ultranza
contra Franco, Negrín fue incapaz de luchar por un solo metro de Barcelona.
Obligó a Manuel Azaña a un calvario porque no le ofreció más que dos plazas
para huir de la Gestapo, abandonando a su gran amigo Rivas Cherif. Azaña no lo
abandonó y así murió, de tan mala manera.
Mientras miles de millones de dólares,
robados y sin recibo, yacían en bancos suizos o americanos, cientos de miles de
españoles casi morían de hambre en las arenas de Argelés y demás campos de
concentración franceses, sin que Negrín moviera una peseta para auxiliarles.
Después de haber obligado a millones de compatriotas a luchar «hasta el final»
en una guerra perdida, le confesó a Araquistáin, su antiguo amigo del alma, que
desde el 37 estaba intentando pactar con Franco, que es lo que les reprochaba a
Prieto y Azaña, amén de Besteiro, el derrotista que finalmente dio con Negrín y
los comunistas en tierra, aún al precio de entregar el cadáver de la República
a Franco.
Vivió como un rajá a costa del erario,
no rindió cuentas a nadie del dinero de todos los españoles y, encima,
consiguió que sus herederos recibieran un montón de millones de la
administración franquista, de la ucedea y de la felipista.
Lo último que hizo Belloch fue entregar
unos 200 millones a la familia Negrín en concepto de indemnización. ¡De
indemnización al hombre que saqueó el Banco de España y todos y cada uno de los
bancos españoles sin devolver jamás un duro y sin dar cuenta de lo robada a
nadie!
Reconozcamos que la historia de la
picaresca, a veces entreverada con el crimen, estaría incompleta sin Juan
Negrín, presidente del gobierno de la República y uno de los mayores embusteros
de la historia de España.
Tanto, que algunos historiadores turulatos lo
consideran un héroe de la lucha contra la dictadura, a él que fue un dictador
de principio a fin. Como gobernante fue nefasto. Como embaucador, estupendo.
Fuerza es reconocerlo. Sólo Felipe González le hace sombra.
Lo del crimen asociado al robo como
medio de llegar al poder y conservarlo no es fantasía erudita ni interpretación
discutible.
Negrín echa del poder a largo Caballero, compañero de partido,
porque está dispuesto a hacer lo que el viejo y cabezón estuquista madrileño se
negó a hacer en España: un juicio contra el POUM como los de Moscú contra los comunistas
de izquierda o simples antiestalinistas.
Largo Caballero cuenta en sus Memorias
que el día en que echó de su despacho al embajador soviético perdió el poder,
pero que nunca pensó que tendría que tapar las escapadas sexuales de Negrín,
siendo ministro de Hacienda, a los cabarés de París y Londres, acompañado
habitualmente de dos damas, forma piadosa de llamarlas.
Pero eso pertenece al
capítulo de las malversaciones. Lo peor es que aceptase el encarcelamiento y
asesinato del jefe del POUM, Andrés Nin, a cambio de ocupar el sillón de primer
ministro.
Porque fue su incondicionalidad hacia los soviéticos lo que realmente
le dio el poder. Y lo único que queda por averiguar es desde cuándo les era
incondicional. Posiblemente desde antes de la guerra, como Julio Alvarez del
Vayo, al que ahora se descubre como hombre del Komintern desde 1934, a las
órdenes de Willi Munzeerg.
Negrín aceptó el asesinato de Nin y de
la plana mayor del POUM, y llegó al extremo, que cuenta Azaña en sus Memorias,
de intentar persuadir al presidente republicano de que lo de Nin era cosa de
los nazis y no de los soviéticos.
Hizo más: trató de que los jueces condenaran
a Gorkín, Andrade y demás jefes vivos del POUM tras permitir que circulase un
infame libelo que los trataba de trotskistas y nazis, prologado por Bergamín.
No lo logró, pero fue tanto su empeño que el abogado de los poumistas tuvo que
huir de España. ¡Y a esto que hizo Negrín le siguen llamando algunos la
legalidad republicana! Cuando la idiocia y la ignorancia se juntan, resultan
invencibles.
Hay cosas en la vida que Negrín que,
dentro de lo siniestro, resultan pintorescas.
Cuenta Indalecio Prieto que un
día llegaron a la conclusión sus espías de que alguien robaba medicamentos
(aspirinas) de la mismísima sede del Gobierno. Investigaron y no encontraron
ninguna pista, pero comprobaron de modo fehaciente que tubos y tubos de
aspirinas desaparecían del despacho del doctor Negrín.
Estaban a punto de
detener a una secretaria cuando, un día, entró sin llamar al despacho, creyéndolo
vacía, un escribiente y se encontró con don Juan Negrín embaulándose el segundo
tubo entero de aspirinas, porque los tomaba de dos en dos.
Añade entonces
Prieto, en una formidable prosa mexicana, que las costumbres pantagruélicas de
Negrín no se limitaban al ácido acetilsalicílico, sino a la comida, la bebida y
las señoras.
Que cenaba hasta tres veces, que bebía las botellas de dos en dos
preferentemente champaña pero sin olvidar el vino- y que prefería acostarse con
las mujeres también a pares.
Hay rumores, sin embargo, de que la más famosa de
sus amantes la compartió con uno de sus hijos. Es el rasgo de generosidad más
evidente de su vida pública.
Dice Prieto, y esto ya puede ser
maledicencia, que, por comer y beber sin tasa, era capaz de vomitar al modo de
los antiguos romanos, para seguir llenando el buche.
Pero de esto no hay
testigos. De lo del oro, lo del POUM y lo de las cajas saqueadas, sobran.
Bien es cierto que muchos historiadores
se niegan a ver las pruebas.
De Tuñón de Lara (que en paz descanse) a Tusell y
Viñas, es tanto lo que se ha ocultado de Negrín que casi resulta violento
descubrir algo de lo tapado. No importa. Si aceptamos como nuestros a todos,
los buenos y los malos, aceptaremos también lo malo de todos, también de Negrín,
como cosa nuestra. Que, en cierto modo, lo es.
Porque el que Negrín llegara al poder,
de la mano soviética, es culpa nuestra, de los españoles, que, a las alturas de
1937, seguíamos sin entender la naturaleza de la URSS.
Ni le entendía Azaña, ni
la entendía Martínez Barrio, ni la entendía Largo Caballero, ni Prieto, ni
Besteiro. En realidad, el único que la entendía era Negrín, y por eso llegó
donde llegó.
Casado con una rusa blanca y conocedor,
por tanto del sistema soviético, tuvo el gesto asombroso, si no profesional, de
pedir al PCE que le escogiera a un secretario, en cuanto lo nombraron ministro
de Hacienda.
La cosa es tan fuerte que sólo Santiago Alvarez, en una
hagiografía desinformada, es capaz de contarla sin escándalo. Naturalmente, le
pusieron al lado a un comisario. Beningo Díaz, que reportaba cuidadosamente a
sus jefes lo que hacía el ministro, en todos los sentidos. Pero ésa es la
prueba mayor de connivencia de Negrín con los soviéticos, porque era necesario
saber lo que era y cómo funcionaba el estalinismo para pedirle al PCE que te
nombrara un secretario.
Negrín embaucó a muchos con el cuento de
que había que prolongar la guerra hasta que llegara la Guerra Mundial y nos
sacaran de penas. Lo que realmente sucedió fue el pacto germano-soviético, que
dejó a la República liquidada.
Pero, antes de ese pacto, que mostraba hasta
extremos obscenos que nazis y comunistas habían usado a España como simple
teatro de sus forcejeos amistosos, porque allá se iban Hitler y Stalin, es
seguro que Negrín estaba al tanto de lo que se tramaba y se trataba.
Es seguro que Negrín sabía qué iba a ser
de la República y, en consecuencia, de media España.
Dispuso de los fondos
robados e los bancos para fundar el SERE, presuntamente para ayudar a los
presos y exiliados del campo republicano. En realidad, fue su modo de crear el
partido que nunca tuvo, por lo menos español.
Hay secretos que se fueron con Juan
Negrín a la tumba, pero, la verdad, no creo que sea una tumba digna de ser
visitada. Por si quieren datos que justifiquen algunos adjetivos, les
recomiendo el libro de Olaya Morales La gran estafa. Trata de Negrín.
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