lunes, 14 de enero de 2013

La Unión Soviética en la Guerra Civil Española.


La Unión Soviética en la Guerra Civil Española
Por Ronald Radosh, Mary R.Habeck y Gregory Sevostianov
(Yale, 537 pp, $35)
Reseña de David Pryce-Jones
--------------------------------------------------------------------------------
A sus contemporáneos, la Guerra Civil Española les pareció una lucha épica, casi bíblica, entre el comunismo y el Fascismo, es decir, entre el bien y el mal. Y para la mayoría de los contemporáneos, el resultado fue desastroso: La victoria fascista significó que no había posibilidades de poner en práctica el comunismo en Europa occidental, y que tampoco las había de detener a Hitler. Desde entonces, los comunistas y sus partidarios han alegado que fueron los únicos que hicieron un esfuerzo serio por impedir la próxima guerra mundial. Es posible que los comunistas hayan hecho cosas malas en otras partes, pero en España su causa fue pura hasta el romanticismo. Como resultado de  muchas historias y memorias, esa sigue siendo, hasta el día de hoy, la opinión generalmente aceptada.

España Traicionada es una formidable demolición de ese mito. Consiste en una colección de 81 documentos previamente inéditos de los Archivos Militares del Estado Ruso, todos ellos informes de agentes y asesores soviéticos en el terreno durante la guerra civil. El material es especializado, seguro, un recuento de acontecimientos políticos y militares diarios, algunas veces en minucioso detalle, pero los editores lo colocan todo en contexto con breves y atinados comentarios. Uno de ellos, Ronald Radosh, es un antiguo comunista cuyo tío luchó en España. En algunos escritos recientes, incluyendo una autobiografía, Radosh ha estado ajustando cuentas con sus previos y desastrosos errores políticos. Este libro es otro paso en ese proceso. Los otros dos editores son académicos: Mary R. Habeck de Yale y Grigory Sevostianov del Instituto de Historia Universal de Moscú.

De una forma o de otra, esos documentos pasaron por la Comintern, el buró en Moscú que dirigía las operaciones soviéticas en el exterior para Stalin. La Comintern podía recurrir a los servicios de sus propios operativos; de la policía secreta, posteriormente llamada la KGB, de la inteligencia militar o el GRU, y de los partidos comunistas de Europa. En su conjunto, esos documentos muestran como Stalin trató de convertir a España en un satélite soviético. De haber triunfado, hubiera extendido el alcance comunista y hubiera rodeado a Alemania y a Francia.

España, pobre y atrasada a principios del siglo XX era una monarquía fallida con una historia de golpes de estado y ineficientes regímenes parlamentarios. En los años 30, la derecha conservadora enfrentó una frente izquierdista de comunistas, socialistas y anarquistas, generalmente clasificados como republicanos, incapaces de ponerse de acuerdo pero promoviendo, con creciente intolerancia, su particular tipo de revolución. España era el único país del mundo con un movimiento anarquista de masas – los discípulos de Bakunin, el implacable enemigo de Marx. Improbable como era, la Izquierda formó una coalición bajo Francisco Largo Caballero, un veterano sindicalista socialista conocido como el Lenin español. A principios de 1936, el Frente Popular llegó al poder mediante elecciones. Ese verano, el asesinato del líder conservador José Calvo Sotelo coincidió con un alzamiento militar de los llamados nacionalistas bajo Francisco Franco, un oscuro general al mando de tropas españolas y marroquíes. Atrocidades cometidas por ambas partes inflamaron las pasiones hasta el punto de hacer imposible cualquier compromiso.

Renuentes a apoyar a ninguna de las partes, Gran Bretaña y Francia no intervinieron. Fue una decisión correcta tomada por razones equivocadas. Era parte de una política general de apaciguamiento de los dictadores que estaba creando un vacío político en Europa. Conscientes de su propia debilidad, ambos lados pidieron ayuda a los dictadores: los republicanos a Stalin y los nacionalistas a Hitler y Mussolini. Los dictadores respondieron tratando de llenar el vacío político. La guerra civil tomó entonces el carácter internacional de una lucha entre ideologías rivales.

La distribución de fuerzas estimuló la ilusión colectiva de tantos intelectuales de los años 30, entre los que el comunismo había arraigado con el fervor de una religión mesiánica. Todo tipo de celebridades, científicos con Premios Nobel, escritores y filósofos, se unieron para elogiar a Stalin y la Unión Soviética. Naturalmente, gente bien intencionada se sentía inclinada a creer que tantos destacados pensadores y artistas debían de tener razón, y que el comunismo representaba el progreso. Los intelectuales peregrinaban a España. Ayudaban mediante fervorosos testimonios en formas de novelas, reportajes o películas. Los más modestos manejaban ambulancias y servían como enfermeras. Unos 50,000 hombres de una docena de países se inscribieron como voluntarios para luchar en las Brigadas Internacionales. Era toda una Cruzada.

La revolución, y sus imágenes de trabajadores armados viajando en camiones, parecía irradiar poderes invisibles. Las batallas de Madrid y Brunete, Teruel y la caída de Málaga parecían las etapas de una vía dolorosa. Iconos legendarios incluyeron la Guernica de Picasso, el cuadro más famoso del siglo, y la foto de Robert Capa de un soldado en el mismo momento de caer por la causa, brazos abiertos como en una crucifixión.

Uno de los más furiosos y efectivos panfletos nunca publicado fue “Los Autores Toman Partido en la Guerra Civil Española’’, en el que 127 distinguidos intelectuales se declararon pro-comunistas, 16 neutrales (incluyendo a T.S Eliot, Ezra Pound y H.G. Wells) mientras sólo cinco disentían (uno de ellos fue Evelyn Waugh). En uno de los poemas más celebrados del siglo, W.H.Auden escribió una famosa línea: “La aceptación consciente de la culpa en el asesinato necesario,’’ que ilustra claramente a que abismos podían llevar las ilusiones sobre el comunismo a un hombre de tanto talento. George Orwell iba a responder que sólo podía haber sido escrito por alguien que no estaba presente cuando se apretaba el gatillo.

Para 1936, Stalin estaba presidiendo una masiva campaña de asesinatos. Evidentemente, Hitler era otro ambicioso y siniestro criminal pero la suposición de que sólo los comunistas podían enfrentar con éxito al nazismo era un elemento central a la simplificación de la Guerra Civil Española como una lucha apocalíptica entre el Bien y el Mal. La ecuación era falsa. Lejos de representar los polos opuestos del espectro político, ambos dictadores era idénticos en su inhumanidad.

En gran medida, los historiadores profesionales han acostumbrado mantener que Stalin era sinceramente antifascista pero cautelosamente dedicado a un acto de equilibrio, enviando suficiente ayuda al Frente Popular para garantizar que no perdiera, pero o tanto como para que pudiera ganar y, por consiguiente, provocar a Hitler a una confrontación total. Sin embargo, historiadores modernos han mostrado que, durante todo el tiempo, Stalin estaba sondeando a Hitler para ponerse de acuerdo en una división de esferas de influencia, como se consiguió brevemente en el pacto Nazi-Soviético de 1939. También ha quedado claro que Stalin se llevó las reservas de oro del gobierno español para salvaguardarlas pero que cobró las armas que suministró y que, al imponer una tasa de cambio que era más del doble de la oficial, le estafó cientos de millones de dólares a sus supuestos aliados.

Inicialmente, la Comintern  utilizó al dirigente comunista argentino Vittorio Codovila como su principal representante en España. A mediados de 1973,fue sustituido por Palmiro Togliatti, el secretario general del Partido Comunista Italiano, cuyos informes son particularmente sutiles. Otro representante del Comintern con responsabilidades especiales por las Brigadas Internacionales fue el francés Andre Marty, conocido como el “carnicero de Albacete’’ y celebrado por Ernest Hemingway en Por Quien Doblan las Campanas por su indiscriminado uso del terror contra amigos y enemigos por igual. También reportaban a la Comintern un amplio grupo de embajadores, cónsules, comisarios y asesores militares soviéticos que tenían que trabajar dentro del contexto del Gran Terror de Stalin. Muchos de ellos fueron convocados a Moscú y ejecutados sumariamente.

Uno de los documentos más fascinantes es un informe fechado diciembre de 1937. Tiene más de 70 páginas y está escrito pro Manfred Stern, un comandante de brigada más conocido por el seudónimo de General Emilio Kléber. Stern/Kébler describe las constantes discusiones, intrigas y celos entre sus colegas soviéticos, los comunistas españoles y las Brigadas Internacionales que condenaron su desempeño en el terreno. Tratando de justificarse a si mismo en minucioso y a veces ficticio detalle, estaba, en realidad, luchando por su vida. Fue denunciado poco después por uno de sus jefes como un enemigo del pueblo, y él también desapareció para siempre.

En su mayoría, esos hombres eran sumamente calificados y algunas tenían verdaderos talentos políticos. Parecen haber comprendido desde muy temprano que era muy improbable que los comunistas pudieran ganar pero tenían que envolver ese mensaje para Stalin en un cuidadoso y precavido lenguaje marxista. Atisbar de vez en cuando en correspondencia privada es sentirse abrumado por el servilismo con que presentaban o retorcían los hechos para que Stalin oyera lo que quería oír, y por la increíble discrepancia entre lo que Stalin estaba realmente haciendo y lo que los peregrinos pro-comunistas se imaginaban que hacía.

También Stalin comprendió rápidamente que Largo Caballero no era ningún Lenin español. Testarudo e intransigente, Caballero tenía que retirarse. No sólo era inefectivo como dirigente de la guerra sino que ni siquiera podía controlar a los anarquistas. El objetivo de estos era la revolución, que consideraban indispensable para poder ganar la guerra. Pero la revolución anarquista amenazaba enfrentar a Stalin con Hitler. Stalin necesitaba un pretexto para liquidarlos y en documentos incluidos en el libro que se remontan a la primera parte de 1937, sus asesores le proporcionaron uno. Para ser un trotskista, como Trotsky y otros rivales de Stalin había aprendido, era una sentencia de muerte garantizada. Los asesores elaboraron la absurda acusación de que  anarquistas y trotskistas eran lo mismo.

Estos documentos también muestran con que habilidad los agentes de la Comintern manipularon la salida de Largo Caballero en 1937 y lo sustituyeron con Juan Negrín, un oscuro profesor de fisiología, y delator estalinista. Se crearon así las condiciones para desencadenar los acontecimientos más terribles de la Guerra Civil, empezando aquel mismo mayo en Barcelona, donde los comunistas se volvieron contra los anarquistas y los masacraron. Los comunistas siempre han culpado a los anarquistas por eso, pero los documentos de ese mes, particularmente el documento 44, un informe del frente por un agente llamado Goratsy afirman que los comunistas “tenían un odio terrible contra los anarquistas – mayor que hacia los fascistas” y estaba a favor de “un ajuste de cuentas final” con ellos. Los editores le dan gran importancia a este documento.

El líder anarquista Andrés Nin fue asesinado, y se hizo aparecer que el crimen había sido cometido por agentes alemanes. Andre Marty mantuvo ocupados sus pelotones de fusilamiento y miembros de las brigadas internacionales estuvieron entre sus víctimas. George Orwell había estado en el frente con los anarquistas. Allí recibió un disparo que le atravesó el cuello. Por estar recuperándose en Barcelona, logró escapar de la masacre comunista, y en Homenaje a Cataluña describió como los comunistas habían demostrado aquí ser iguales a los nazis. Como resultado, le fue casi imposible encontrar un editor y en los círculos literarios se convirtió en una no-persona. Tras la matanza de Barcelona, Negrín y los soviéticos dirigieron una policía estatal muy parecida a la KGB con denuncias, torturas y más disparos en la nuca para los desobedientes.

Al traicionar a sus compañeros de lucha, Stalin frustró la revolución en España. En ese paradójico sentido, los comunistas tuvieron un efecto conservador. No menos paradójicamente, la victoria de Franco bien pudiera haber salvado a Gran Bretaña en 1940. Tras la caída de Francia, Hitler quería mandar tropas a capturar Gibraltar y el Mediterráneo. Sin el petróleo del Medio Oriente, Gran Bretaña no hubiera podido resistir. Pero Franco rehusó darle paso al ejército alemán, y Hitler no pudo hacer nada. No hubiera tenido tantos escrúpulos con una España comunista, especialmente en una época en que tenía un pacto con Stalin.

Para los soviéticos, España fue un laboratorio para experimentar con la política imperialista que iba a utilizar posteriormente en la Europa del este y, mucho más allá, en Chile, Nicaragua y Etiopía. En términos de estrategia, aprendieron que la presencia del Ejército Rojo era decisiva para apoderarse de los países contra su voluntad. En términos de táctica, aprendieron a exilar o asesinar a sus adversarios rápidamente, y luego captar izquierdistas del tipo de Negrín en coaliciones temporales para conseguir una fachada de “amplitud” y legitimidad democrática. España fue el prototipo de la  “democracia popular” que se instaló en los satélites de todo el imperio soviético después de la II Guerra Mundial.

Franco permaneció como un paria político hasta el final de sus días. Su régimen, desagradable pero más bien benévolo si se mide por los estándares de los regímenes autoritarios, fue considerado como igual al de Hitler. Felices de poder visitar Moscú, los liberales americanos subrayaban su boicot a España.  Perpetuando el mito comunista derivado de la Guerra Civil española, lo extendieron a otros países en otras épocas. Cada vez que los soviéticos o los comunistas locales conquistaban algún nuevo territorio, conseguían el invariable apoyo de los intelectuales que seguían afirmando que el robo y el asesinato, a nombre de la justicia social, eran progresistas. Halagados por verse a si mismos como cruzados de esa justicia social, se engañan a sí mismos. El status de los intelectuales todavía no se ha recobrado. Es un fenómeno alucinante.

España Traicionada  es una importante contribución  a la historia contemporánea. Su información va a penetrar, lenta pero seguramente, en la historiografía ayudando a restablecer el respeto por el intelecto y por la verdad. Debería de ser imposible alegar que el comunismo en España era una causa noble. Aunque quizás sea esperar demasiado.

Traducción: AR
El gran estadista

Un obstáculo se presenta al biógrafo de un hombre de Estado: el hecho de que no es fácil evaluar la vida y la obra de estadistas antes de su muerte. En el caso particular del Generalísimo Francisco Franco, quizás sea algo más fácil en el sentido de que sobrevivió a la época más controvertida de su carrera -la guerra civil de España- en casi cuarenta años.

Escribí mi biografía de Franco durante los años 1965-67. En 1966 me instalé en Madrid con mi esposa y dos de mis hijas. Es decir, que me beneficié del hecho de que se había terminado la guerra civil casi veinte años antes -bastante tiempo para tener una perspectiva-. Ahora, como todos los colaboradores de este número de Razón Española, me beneficio de una perspectiva aún mayor, puesto que Franco murió hace veinticinco años.

A mi juicio, en el cuadro internacional y con el fracaso del sistema comunista, claro es que la victoria de los nacionalistas y de su líder, Franco, en la guerra civil era una contribución de mayor importancia no sólo para la victoria de la alianza occidental en la II Guerra Mundial, sino también para el colapso del sistema comunista en el imperio europeo de la URSS.

El mejor método para analizar esos acontecimientos es considerar lo que hubiera podido acontecer en el caso contrario. Imaginemos la situación en Europa occidental en el supuesto de una victoria republicana en España. En mayo de 1937, cuando cayó el gobierno de Largo Caballero, el Partido Comunista casi dominó el nuevo gabinete del socialista Juan Negrín, quien se mostró dispuesto a servir los intereses de la Unión Soviética y lo probó al transferir más de la mitad de las reservas españolas de oro -más de 500.000 $- a Moscú. No cabe duda de que, en la eventualidad de una victoria republicana, el gobierno vencedor habría impuesto un régimen comunista. A partir del fin del verano de 1936, no sólo el régimen soviético, sino también destacados personajes de los partidos comunistas europeos (tales como el italiano Togliatti, el francés André Marty, los húngaros Laszlo Rajk y Ernö Gero) ejercieron un gran influjo sobre el gobierno de Madrid.

Me parece probable que, en tal caso, el efecto de un gobierno comunista en España hubiera sido muy importante en países como Francia e Italia. En tal supuesto, también es probable que la influencia de Stalin hubiera crecido de manera muy peligrosa para la Europa occidental. Tal previsión es hipotética. Pero de todos modos no puede negarse que en el caso de una victoria militar de la República se habría multiplicado la influencia de los servicios secretos de la Unión Soviética, su propaganda y sus "medidas activas", especialmente la desinformación, que fue una de las actividades más importantes del aparato subversivo de Stalin. Etc.

Hay que recordar otro elemento importante en la política exterior de Franco: su decisión de no permitir a Hitler que enviara una fuerza militar alemana a España con la misión de liberar Gibraltar del dominio británico y que el ejército alemán se sirviera de la Península Ibérica para alcanzar el norte de África. También el Führer tenía otro objetivo: persuadir a Franco de que se adhiriera a la Triple Alianza de Alemania, Italia y Japón.

La reunión de los dos líderes tuvo lugar en la villa francesa de Hendaya. Ahora bien, Franco calmo y obstinado, se negó a aceptar las propuestas del Führer, a pesar de largas horas de argumentación traducida al castellano por su intérprete. En cuanto a Gibraltar, no se podía ni pensar en que tropas extranjeras llevaran a cabo tal operación porque el orgullo nacional español no lo permitiría; sólo los españoles podrían liberar la Roca. Más tarde, Hitler confió a Mussolini que preferiría que le sacaran tres o cuatro dientes antes que tener que revivir la entrevista de Hendaya.

Cuando Hitler insistió en Gibraltar, afirmó que unidades alemanas en el sur de Francia ya habían ensayado el asalto sobre una réplica exacta de la Roca; se había logrado la perfección y el éxito era seguro. Franco respondió que España estaba hambrienta y necesitaba cientos de miles de toneladas de trigo inmediatamente. ¿Podía Hitler proporcionárselas? Más dificultades: España no disponía apenas de armamento moderno y necesitaba cañones pesados para el asalto a Gibraltar.

En Londres el Primer Ministro británico, Winston Churchill, había conocido con mucho interés los detalles de las conversaciones entre Hitler y Franco y había expresado su deseo de visitar al representante del gobierno nacional en Londres, el Duque de Alba. La reunión tuvo lugar el 9 de diciembre. Churchill explicó por qué había cambiado de posición. Al principio de la guerra de España, había sido pro-Franco y contra los "rojos". Más tarde, teniendo en cuenta las intervenciones de Alemania e Italia, había decidido, "como un buen patriota inglés", que una victoria de los nacionalistas no podría ser de interés para su patria. Más tarde, decidió que se había equivocado y que esperaba tener las mejores relaciones posibles con España. Añadió: "Yo detesto al comunismo tanto como Vd".

Vistas las acusaciones de la prensa izquierdista: ¿era Franco fascista? Enfáticamente, la contestación es ¡No! Los principios fundamentales de Franco eran sencillamente:la patria, la Iglesia y la familia. Dicho esto, Franco se sirvió de la Falange, tal como aprovechó el apoyo de las potencias nazi y fascista y su ayuda militar.

La División Azul, compuesta de voluntarios españoles, participó en la guerra nazi contra la Unión Soviética. En octubre de 1943, en parte bajo presión inglesa, Franco retiró dicha División de Rusia, durante el repliegue final de las fuerzas alemanas.

En la Cámara de los Comunes en Londres, el 25 de mayo de 1944, Winston Churchill elogiaba al Gobierno del General Franco por haberse negado a plegarse a las amenazas y presiones alemanas. Si lo hubiera hecho -dijo-, el Estrecho de Gibraltar habría quedado cerrado, el acceso a Malta cortado, y las costas españolas convertidas en refugio de los submarinos alemanes. Y también los españoles habían contribuido al éxito de la invasión aliada de África del Norte con su amistad y sangre fría en un momento en que "el poder de España para hacernos daño era máximo".

Los aliados de Franco durante la guerra civil -Alemania e Italia- participaron en el desfile militar en Madrid el 19 de mayo de 1939, pero retiraron todas sus fuerzas entre el 20 y el comienzo de junio. No hubo una presencia permanente en España de los ejércitos del Eje.

Retornemos a la Falange. El 30 de enero de 1938, Franco hizo pública su lista de ministros, durante una pausa de la batalla de Teruel. Una lista notable por su equilibrio ideológico. Había algo para todos los grupos integrantes del Movimiento: entre los monárquicos, para los alfonsinos y los carlistas; para las "camisas viejas" de la vieja Falange y para los nuevos falangistas; y también para el Ejército, sostén fundamental del Generalísimo. Dentro de esta lista, lo más importante es examinar sus designaciones dentro de la Falange. Los dos nombramientos más importantes eran los de Ramón Serrano Suñer como ministro de la Gobernación, y el del general conde de Jordana como ministro de Asuntos Extranjeros y vicepresidente del gobierno. Serrano representaba a la nueva Falange, pero estaba flanqueado de falangistas viejos, tales como Raimundo Fernández Cuesta. Este último, relativamente joven a sus cuarenta y un años, había sido amigo de José Antonio, y el Ausente le había nombrado secretario nacional de la Falange en 1934. Ahora se incorporaba al primer gabinete de Franco como ministro de Agricultura. Es decir que, dentro del partido, Fernández Cuesta había adquirido más poder que Serrano Suñer, mientras que este último ocupaba la cartera de Gobernación, mucho más importante que la de Agricultura. Un falangista nuevo, Pedro González Bueno, fue nombrado ministro de los Sindicatos.

Después de la guerra civil, España se encontró aislada en la comunidad internacional y su economía casi paralizada.

En 1957, Franco nombró tres miembros del Opus Dei para posiciones relevantes dentro de su gabinete: Laureano López Rodó, Alberto Ullastres y Mariano Navarro Rubio, respectivamente, en los papeles de secretario general técnico de la Presidencia, ministro de Comercio y ministro de Hacienda. El Opus Dei era una asociación de fieles cuyos miembros eran civiles laicos, dedicados a servir a Dios por medio de su profesión. Los tres gobernantes se dedicaron a un programa de deflación, con créditos escasos y cortes en el gasto público.

A finales de 1958, dos equipos de expertos extranjeros fueron invitados a España: la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Esa combinación de equipos técnicos extranjeros y de tecnócratas españoles se reveló muy efectiva. También Franco estableció una relación cordial con los Estados Unidos, que culminó con la visita oficial del Presidente Eisenhower a Madrid el 21 de diciembre de 1959. A pesar de alguna dificultad, la amistad establecida entre el líder de España y el Presidente norteamericano facilitó la firma de un Acuerdo de ayuda militar estadounidense por un importe de 100 millones de dólares.

Durante este mismo período, Franco se desembarazó poco a poco de sus ministros falangistas. ¡Viva y éxito a los tecnócratas modernos! El 12 de julio de 1962, Franco retiró de su gabinete a tres falangistas, confirmando a Ullastres y a Navarro Rubio como ministros de Comercio y Hacienda, y nombró a otro tecnócrata del Opus Dei, Gregorio López-Bravo, como ministro de Industria. López Rodó lanzó un primer Plan de Desarrollo Económico y Social en 1964. El éxito de la transformación económica era casi increíble. El alza espectacular del turismo fue uno de los signos de dicha transformación. Cuatro o cinco años antes, España había sido un país "chapado a la antigua"; ahora, era socio del club de países modernos.

No tengo la intención de detenerme sobre los errores de Franco, pero hay que recordar un fracaso importante, el hecho de que sus planes para preservar su esquema constitucional tras su muerte no se realizaron. En 1966, su proyecto mayor, la Ley Orgánica del Estado, llegó a ser la Constitución de la España destinada a sobrevivir al Caudillo. De hecho, la historia decidió de otra manera. El referéndum sobre el texto de la Ley de Reforma Política, fechada el 15 de diciembre de 1977, fue adverso. El franquismo sin Franco no se cumplió.

Bajo las Leyes Fundamentales, los partidos políticos, con la única excepción del Movimiento (que, a decir verdad, no era un partido, sino una integración de varios) estaban prohibidos. Después del referéndum todos los partidos políticos podían existir y funcionar. En poco tiempo (si tengo buena memoria) centenares de partidos surgieron en España, legales y activos. Pronto se redujeron a una decena.

Personalmente, me alegro de esta transformación política, que de ninguna manera disminuye los grandes éxitos de Francisco Franco. El 23 de noviembre, tres días después de la muerte de Franco, el Príncipe Juan Carlos de Borbón fue proclamado Rey de España, en presencia del Consejo del Reino y de las Cortes. El Príncipe había llegado al Palacio de las Cortes en el Rolls-Royce del Caudillo. Era el principio del fin del régimen anterior, sucedido por una Monarquía democrática, aceptable para unos y otros. Después de todo, ése era el mensaje del Valle de los Caídos, símbolo de reconciliación nacional entre los combatientes de la guerra civil.

Brian Crozier

No hay comentarios:

Publicar un comentario