La Unión Soviética en la Guerra Civil Española
Por Ronald Radosh, Mary R.Habeck y
Gregory Sevostianov
(Yale, 537 pp, $35)
Reseña de David Pryce-Jones
--------------------------------------------------------------------------------
A sus contemporáneos, la Guerra Civil
Española les pareció una lucha épica, casi bíblica, entre el comunismo y el
Fascismo, es decir, entre el bien y el mal. Y para la mayoría de los
contemporáneos, el resultado fue desastroso: La victoria fascista significó que
no había posibilidades de poner en práctica el comunismo en Europa occidental,
y que tampoco las había de detener a Hitler. Desde entonces, los comunistas y
sus partidarios han alegado que fueron los únicos que hicieron un esfuerzo
serio por impedir la próxima guerra mundial. Es posible que los comunistas
hayan hecho cosas malas en otras partes, pero en España su causa fue pura hasta
el romanticismo. Como resultado de
muchas historias y memorias, esa sigue siendo, hasta el día de hoy, la
opinión generalmente aceptada.
España Traicionada es una formidable
demolición de ese mito. Consiste en una colección de 81 documentos previamente
inéditos de los Archivos Militares del Estado Ruso, todos ellos informes de
agentes y asesores soviéticos en el terreno durante la guerra civil. El
material es especializado, seguro, un recuento de acontecimientos políticos y
militares diarios, algunas veces en minucioso detalle, pero los editores lo
colocan todo en contexto con breves y atinados comentarios. Uno de ellos,
Ronald Radosh, es un antiguo comunista cuyo tío luchó en España. En algunos
escritos recientes, incluyendo una autobiografía, Radosh ha estado ajustando
cuentas con sus previos y desastrosos errores políticos. Este libro es otro
paso en ese proceso. Los otros dos editores son académicos: Mary R. Habeck de
Yale y Grigory Sevostianov del Instituto de Historia Universal de Moscú.
De una forma o de otra, esos documentos
pasaron por la Comintern, el buró en Moscú que dirigía las operaciones
soviéticas en el exterior para Stalin. La Comintern podía recurrir a los
servicios de sus propios operativos; de la policía secreta, posteriormente llamada
la KGB, de la inteligencia militar o el GRU, y de los partidos comunistas de
Europa. En su conjunto, esos documentos muestran como Stalin trató de convertir
a España en un satélite soviético. De haber triunfado, hubiera extendido el
alcance comunista y hubiera rodeado a Alemania y a Francia.
España, pobre y atrasada a principios
del siglo XX era una monarquía fallida con una historia de golpes de estado y
ineficientes regímenes parlamentarios. En los años 30, la derecha conservadora
enfrentó una frente izquierdista de comunistas, socialistas y anarquistas,
generalmente clasificados como republicanos, incapaces de ponerse de acuerdo
pero promoviendo, con creciente intolerancia, su particular tipo de revolución.
España era el único país del mundo con un movimiento anarquista de masas – los
discípulos de Bakunin, el implacable enemigo de Marx. Improbable como era, la
Izquierda formó una coalición bajo Francisco Largo Caballero, un veterano
sindicalista socialista conocido como el Lenin español. A principios de 1936,
el Frente Popular llegó al poder mediante elecciones. Ese verano, el asesinato
del líder conservador José Calvo Sotelo coincidió con un alzamiento militar de
los llamados nacionalistas bajo Francisco Franco, un oscuro general al mando de
tropas españolas y marroquíes. Atrocidades cometidas por ambas partes
inflamaron las pasiones hasta el punto de hacer imposible cualquier compromiso.
Renuentes a apoyar a ninguna de las
partes, Gran Bretaña y Francia no intervinieron. Fue una decisión correcta
tomada por razones equivocadas. Era parte de una política general de
apaciguamiento de los dictadores que estaba creando un vacío político en
Europa. Conscientes de su propia debilidad, ambos lados pidieron ayuda a los
dictadores: los republicanos a Stalin y los nacionalistas a Hitler y Mussolini.
Los dictadores respondieron tratando de llenar el vacío político. La guerra
civil tomó entonces el carácter internacional de una lucha entre ideologías
rivales.
La distribución de fuerzas estimuló la
ilusión colectiva de tantos intelectuales de los años 30, entre los que el
comunismo había arraigado con el fervor de una religión mesiánica. Todo tipo de
celebridades, científicos con Premios Nobel, escritores y filósofos, se unieron
para elogiar a Stalin y la Unión Soviética. Naturalmente, gente bien
intencionada se sentía inclinada a creer que tantos destacados pensadores y
artistas debían de tener razón, y que el comunismo representaba el progreso.
Los intelectuales peregrinaban a España. Ayudaban mediante fervorosos
testimonios en formas de novelas, reportajes o películas. Los más modestos
manejaban ambulancias y servían como enfermeras. Unos 50,000 hombres de una
docena de países se inscribieron como voluntarios para luchar en las Brigadas
Internacionales. Era toda una Cruzada.
La revolución, y sus imágenes de
trabajadores armados viajando en camiones, parecía irradiar poderes invisibles.
Las batallas de Madrid y Brunete, Teruel y la caída de Málaga parecían las
etapas de una vía dolorosa. Iconos legendarios incluyeron la Guernica de
Picasso, el cuadro más famoso del siglo, y la foto de Robert Capa de un soldado
en el mismo momento de caer por la causa, brazos abiertos como en una
crucifixión.
Uno de los más furiosos y efectivos
panfletos nunca publicado fue “Los Autores Toman Partido en la Guerra Civil
Española’’, en el que 127 distinguidos intelectuales se declararon
pro-comunistas, 16 neutrales (incluyendo a T.S Eliot, Ezra Pound y H.G. Wells)
mientras sólo cinco disentían (uno de ellos fue Evelyn Waugh). En uno de los
poemas más celebrados del siglo, W.H.Auden escribió una famosa línea: “La
aceptación consciente de la culpa en el asesinato necesario,’’ que ilustra
claramente a que abismos podían llevar las ilusiones sobre el comunismo a un
hombre de tanto talento. George Orwell iba a responder que sólo podía haber
sido escrito por alguien que no estaba presente cuando se apretaba el gatillo.
Para 1936, Stalin estaba presidiendo una
masiva campaña de asesinatos. Evidentemente, Hitler era otro ambicioso y siniestro
criminal pero la suposición de que sólo los comunistas podían enfrentar con
éxito al nazismo era un elemento central a la simplificación de la Guerra Civil
Española como una lucha apocalíptica entre el Bien y el Mal. La ecuación era
falsa. Lejos de representar los polos opuestos del espectro político, ambos
dictadores era idénticos en su inhumanidad.
En gran medida, los historiadores
profesionales han acostumbrado mantener que Stalin era sinceramente
antifascista pero cautelosamente dedicado a un acto de equilibrio, enviando
suficiente ayuda al Frente Popular para garantizar que no perdiera, pero o
tanto como para que pudiera ganar y, por consiguiente, provocar a Hitler a una
confrontación total. Sin embargo, historiadores modernos han mostrado que,
durante todo el tiempo, Stalin estaba sondeando a Hitler para ponerse de
acuerdo en una división de esferas de influencia, como se consiguió brevemente
en el pacto Nazi-Soviético de 1939. También ha quedado claro que Stalin se
llevó las reservas de oro del gobierno español para salvaguardarlas pero que
cobró las armas que suministró y que, al imponer una tasa de cambio que era más
del doble de la oficial, le estafó cientos de millones de dólares a sus
supuestos aliados.
Inicialmente, la Comintern utilizó al dirigente comunista argentino
Vittorio Codovila como su principal representante en España. A mediados de
1973,fue sustituido por Palmiro Togliatti, el secretario general del Partido
Comunista Italiano, cuyos informes son particularmente sutiles. Otro
representante del Comintern con responsabilidades especiales por las Brigadas
Internacionales fue el francés Andre Marty, conocido como el “carnicero de
Albacete’’ y celebrado por Ernest Hemingway en Por Quien Doblan las Campanas
por su indiscriminado uso del terror contra amigos y enemigos por igual.
También reportaban a la Comintern un amplio grupo de embajadores, cónsules,
comisarios y asesores militares soviéticos que tenían que trabajar dentro del
contexto del Gran Terror de Stalin. Muchos de ellos fueron convocados a Moscú y
ejecutados sumariamente.
Uno de los documentos más fascinantes es
un informe fechado diciembre de 1937. Tiene más de 70 páginas y está escrito
pro Manfred Stern, un comandante de brigada más conocido por el seudónimo de
General Emilio Kléber. Stern/Kébler describe las constantes discusiones,
intrigas y celos entre sus colegas soviéticos, los comunistas españoles y las
Brigadas Internacionales que condenaron su desempeño en el terreno. Tratando de
justificarse a si mismo en minucioso y a veces ficticio detalle, estaba, en
realidad, luchando por su vida. Fue denunciado poco después por uno de sus
jefes como un enemigo del pueblo, y él también desapareció para siempre.
En su mayoría, esos hombres eran
sumamente calificados y algunas tenían verdaderos talentos políticos. Parecen
haber comprendido desde muy temprano que era muy improbable que los comunistas
pudieran ganar pero tenían que envolver ese mensaje para Stalin en un cuidadoso
y precavido lenguaje marxista. Atisbar de vez en cuando en correspondencia
privada es sentirse abrumado por el servilismo con que presentaban o retorcían
los hechos para que Stalin oyera lo que quería oír, y por la increíble
discrepancia entre lo que Stalin estaba realmente haciendo y lo que los peregrinos
pro-comunistas se imaginaban que hacía.
También Stalin comprendió rápidamente
que Largo Caballero no era ningún Lenin español. Testarudo e intransigente,
Caballero tenía que retirarse. No sólo era inefectivo como dirigente de la
guerra sino que ni siquiera podía controlar a los anarquistas. El objetivo de
estos era la revolución, que consideraban indispensable para poder ganar la
guerra. Pero la revolución anarquista amenazaba enfrentar a Stalin con Hitler.
Stalin necesitaba un pretexto para liquidarlos y en documentos incluidos en el
libro que se remontan a la primera parte de 1937, sus asesores le
proporcionaron uno. Para ser un trotskista, como Trotsky y otros rivales de
Stalin había aprendido, era una sentencia de muerte garantizada. Los asesores elaboraron
la absurda acusación de que anarquistas
y trotskistas eran lo mismo.
Estos documentos también muestran con
que habilidad los agentes de la Comintern manipularon la salida de Largo
Caballero en 1937 y lo sustituyeron con Juan Negrín, un oscuro profesor de
fisiología, y delator estalinista. Se crearon así las condiciones para
desencadenar los acontecimientos más terribles de la Guerra Civil, empezando
aquel mismo mayo en Barcelona, donde los comunistas se volvieron contra los
anarquistas y los masacraron. Los comunistas siempre han culpado a los
anarquistas por eso, pero los documentos de ese mes, particularmente el
documento 44, un informe del frente por un agente llamado Goratsy afirman que
los comunistas “tenían un odio terrible contra los anarquistas – mayor que
hacia los fascistas” y estaba a favor de “un ajuste de cuentas final” con
ellos. Los editores le dan gran importancia a este documento.
El líder anarquista Andrés Nin fue
asesinado, y se hizo aparecer que el crimen había sido cometido por agentes
alemanes. Andre Marty mantuvo ocupados sus pelotones de fusilamiento y miembros
de las brigadas internacionales estuvieron entre sus víctimas. George Orwell
había estado en el frente con los anarquistas. Allí recibió un disparo que le
atravesó el cuello. Por estar recuperándose en Barcelona, logró escapar de la
masacre comunista, y en Homenaje a Cataluña describió como los comunistas
habían demostrado aquí ser iguales a los nazis. Como resultado, le fue casi
imposible encontrar un editor y en los círculos literarios se convirtió en una
no-persona. Tras la matanza de Barcelona, Negrín y los soviéticos dirigieron
una policía estatal muy parecida a la KGB con denuncias, torturas y más
disparos en la nuca para los desobedientes.
Al traicionar a sus compañeros de lucha,
Stalin frustró la revolución en España. En ese paradójico sentido, los
comunistas tuvieron un efecto conservador. No menos paradójicamente, la
victoria de Franco bien pudiera haber salvado a Gran Bretaña en 1940. Tras la
caída de Francia, Hitler quería mandar tropas a capturar Gibraltar y el
Mediterráneo. Sin el petróleo del Medio Oriente, Gran Bretaña no hubiera podido
resistir. Pero Franco rehusó darle paso al ejército alemán, y Hitler no pudo
hacer nada. No hubiera tenido tantos escrúpulos con una España comunista,
especialmente en una época en que tenía un pacto con Stalin.
Para los soviéticos, España fue un
laboratorio para experimentar con la política imperialista que iba a utilizar
posteriormente en la Europa del este y, mucho más allá, en Chile, Nicaragua y
Etiopía. En términos de estrategia, aprendieron que la presencia del Ejército
Rojo era decisiva para apoderarse de los países contra su voluntad. En términos
de táctica, aprendieron a exilar o asesinar a sus adversarios rápidamente, y
luego captar izquierdistas del tipo de Negrín en coaliciones temporales para
conseguir una fachada de “amplitud” y legitimidad democrática. España fue el
prototipo de la “democracia popular” que
se instaló en los satélites de todo el imperio soviético después de la II
Guerra Mundial.
Franco permaneció como un paria político
hasta el final de sus días. Su régimen, desagradable pero más bien benévolo si
se mide por los estándares de los regímenes autoritarios, fue considerado como
igual al de Hitler. Felices de poder visitar Moscú, los liberales americanos
subrayaban su boicot a España.
Perpetuando el mito comunista derivado de la Guerra Civil española, lo
extendieron a otros países en otras épocas. Cada vez que los soviéticos o los
comunistas locales conquistaban algún nuevo territorio, conseguían el
invariable apoyo de los intelectuales que seguían afirmando que el robo y el
asesinato, a nombre de la justicia social, eran progresistas. Halagados por
verse a si mismos como cruzados de esa justicia social, se engañan a sí mismos.
El status de los intelectuales todavía no se ha recobrado. Es un fenómeno
alucinante.
España Traicionada es una importante contribución a la historia contemporánea. Su información
va a penetrar, lenta pero seguramente, en la historiografía ayudando a
restablecer el respeto por el intelecto y por la verdad. Debería de ser
imposible alegar que el comunismo en España era una causa noble. Aunque quizás
sea esperar demasiado.
Traducción: AR
El gran estadista
Un obstáculo se presenta al biógrafo de
un hombre de Estado: el hecho de que no es fácil evaluar la vida y la obra de
estadistas antes de su muerte. En el caso particular del Generalísimo Francisco
Franco, quizás sea algo más fácil en el sentido de que sobrevivió a la época
más controvertida de su carrera -la guerra civil de España- en casi cuarenta
años.
Escribí mi biografía de Franco durante
los años 1965-67. En 1966 me instalé en Madrid con mi esposa y dos de mis
hijas. Es decir, que me beneficié del hecho de que se había terminado la guerra
civil casi veinte años antes -bastante tiempo para tener una perspectiva-.
Ahora, como todos los colaboradores de este número de Razón Española, me
beneficio de una perspectiva aún mayor, puesto que Franco murió hace veinticinco
años.
A mi juicio, en el cuadro internacional
y con el fracaso del sistema comunista, claro es que la victoria de los
nacionalistas y de su líder, Franco, en la guerra civil era una contribución de
mayor importancia no sólo para la victoria de la alianza occidental en la II
Guerra Mundial, sino también para el colapso del sistema comunista en el
imperio europeo de la URSS.
El mejor método para analizar esos
acontecimientos es considerar lo que hubiera podido acontecer en el caso
contrario. Imaginemos la situación en Europa occidental en el supuesto de una
victoria republicana en España. En mayo de 1937, cuando cayó el gobierno de
Largo Caballero, el Partido Comunista casi dominó el nuevo gabinete del
socialista Juan Negrín, quien se mostró dispuesto a servir los intereses de la
Unión Soviética y lo probó al transferir más de la mitad de las reservas
españolas de oro -más de 500.000 $- a Moscú. No cabe duda de que, en la
eventualidad de una victoria republicana, el gobierno vencedor habría impuesto
un régimen comunista. A partir del fin del verano de 1936, no sólo el régimen
soviético, sino también destacados personajes de los partidos comunistas
europeos (tales como el italiano Togliatti, el francés André Marty, los
húngaros Laszlo Rajk y Ernö Gero) ejercieron un gran influjo sobre el gobierno
de Madrid.
Me parece probable que, en tal caso, el
efecto de un gobierno comunista en España hubiera sido muy importante en países
como Francia e Italia. En tal supuesto, también es probable que la influencia
de Stalin hubiera crecido de manera muy peligrosa para la Europa occidental.
Tal previsión es hipotética. Pero de todos modos no puede negarse que en el
caso de una victoria militar de la República se habría multiplicado la
influencia de los servicios secretos de la Unión Soviética, su propaganda y sus
"medidas activas", especialmente la desinformación, que fue una de
las actividades más importantes del aparato subversivo de Stalin. Etc.
Hay que recordar otro elemento
importante en la política exterior de Franco: su decisión de no permitir a
Hitler que enviara una fuerza militar alemana a España con la misión de liberar
Gibraltar del dominio británico y que el ejército alemán se sirviera de la
Península Ibérica para alcanzar el norte de África. También el Führer tenía
otro objetivo: persuadir a Franco de que se adhiriera a la Triple Alianza de
Alemania, Italia y Japón.
La reunión de los dos líderes tuvo lugar
en la villa francesa de Hendaya. Ahora bien, Franco calmo y obstinado, se negó
a aceptar las propuestas del Führer, a pesar de largas horas de argumentación
traducida al castellano por su intérprete. En cuanto a Gibraltar, no se podía
ni pensar en que tropas extranjeras llevaran a cabo tal operación porque el
orgullo nacional español no lo permitiría; sólo los españoles podrían liberar
la Roca. Más tarde, Hitler confió a Mussolini que preferiría que le sacaran
tres o cuatro dientes antes que tener que revivir la entrevista de Hendaya.
Cuando Hitler insistió en Gibraltar,
afirmó que unidades alemanas en el sur de Francia ya habían ensayado el asalto
sobre una réplica exacta de la Roca; se había logrado la perfección y el éxito
era seguro. Franco respondió que España estaba hambrienta y necesitaba cientos
de miles de toneladas de trigo inmediatamente. ¿Podía Hitler proporcionárselas?
Más dificultades: España no disponía apenas de armamento moderno y necesitaba
cañones pesados para el asalto a Gibraltar.
En Londres el Primer Ministro británico,
Winston Churchill, había conocido con mucho interés los detalles de las
conversaciones entre Hitler y Franco y había expresado su deseo de visitar al
representante del gobierno nacional en Londres, el Duque de Alba. La reunión
tuvo lugar el 9 de diciembre. Churchill explicó por qué había cambiado de
posición. Al principio de la guerra de España, había sido pro-Franco y contra
los "rojos". Más tarde, teniendo en cuenta las intervenciones de
Alemania e Italia, había decidido, "como un buen patriota inglés",
que una victoria de los nacionalistas no podría ser de interés para su patria.
Más tarde, decidió que se había equivocado y que esperaba tener las mejores
relaciones posibles con España. Añadió: "Yo detesto al comunismo tanto
como Vd".
Vistas las acusaciones de la prensa
izquierdista: ¿era Franco fascista? Enfáticamente, la contestación es ¡No! Los
principios fundamentales de Franco eran sencillamente:la patria, la Iglesia y
la familia. Dicho esto, Franco se sirvió de la Falange, tal como aprovechó el
apoyo de las potencias nazi y fascista y su ayuda militar.
La División Azul, compuesta de
voluntarios españoles, participó en la guerra nazi contra la Unión Soviética.
En octubre de 1943, en parte bajo presión inglesa, Franco retiró dicha División
de Rusia, durante el repliegue final de las fuerzas alemanas.
En la Cámara de los Comunes en Londres,
el 25 de mayo de 1944, Winston Churchill elogiaba al Gobierno del General
Franco por haberse negado a plegarse a las amenazas y presiones alemanas. Si lo
hubiera hecho -dijo-, el Estrecho de Gibraltar habría quedado cerrado, el
acceso a Malta cortado, y las costas españolas convertidas en refugio de los
submarinos alemanes. Y también los españoles habían contribuido al éxito de la
invasión aliada de África del Norte con su amistad y sangre fría en un momento
en que "el poder de España para hacernos daño era máximo".
Los aliados de Franco durante la guerra
civil -Alemania e Italia- participaron en el desfile militar en Madrid el 19 de
mayo de 1939, pero retiraron todas sus fuerzas entre el 20 y el comienzo de
junio. No hubo una presencia permanente en España de los ejércitos del Eje.
Retornemos a la Falange. El 30 de enero
de 1938, Franco hizo pública su lista de ministros, durante una pausa de la
batalla de Teruel. Una lista notable por su equilibrio ideológico. Había algo
para todos los grupos integrantes del Movimiento: entre los monárquicos, para
los alfonsinos y los carlistas; para las "camisas viejas" de la vieja
Falange y para los nuevos falangistas; y también para el Ejército, sostén
fundamental del Generalísimo. Dentro de esta lista, lo más importante es
examinar sus designaciones dentro de la Falange. Los dos nombramientos más
importantes eran los de Ramón Serrano Suñer como ministro de la Gobernación, y
el del general conde de Jordana como ministro de Asuntos Extranjeros y vicepresidente
del gobierno. Serrano representaba a la nueva Falange, pero estaba flanqueado
de falangistas viejos, tales como Raimundo Fernández Cuesta. Este último,
relativamente joven a sus cuarenta y un años, había sido amigo de José Antonio,
y el Ausente le había nombrado secretario nacional de la Falange en 1934. Ahora
se incorporaba al primer gabinete de Franco como ministro de Agricultura. Es
decir que, dentro del partido, Fernández Cuesta había adquirido más poder que
Serrano Suñer, mientras que este último ocupaba la cartera de Gobernación,
mucho más importante que la de Agricultura. Un falangista nuevo, Pedro González
Bueno, fue nombrado ministro de los Sindicatos.
Después de la guerra civil, España se
encontró aislada en la comunidad internacional y su economía casi paralizada.
En 1957, Franco nombró tres miembros del
Opus Dei para posiciones relevantes dentro de su gabinete: Laureano López Rodó,
Alberto Ullastres y Mariano Navarro Rubio, respectivamente, en los papeles de
secretario general técnico de la Presidencia, ministro de Comercio y ministro
de Hacienda. El Opus Dei era una asociación de fieles cuyos miembros eran
civiles laicos, dedicados a servir a Dios por medio de su profesión. Los tres
gobernantes se dedicaron a un programa de deflación, con créditos escasos y
cortes en el gasto público.
A finales de 1958, dos equipos de
expertos extranjeros fueron invitados a España: la Organización Europea de
Cooperación Económica (OECE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Esa
combinación de equipos técnicos extranjeros y de tecnócratas españoles se
reveló muy efectiva. También Franco estableció una relación cordial con los
Estados Unidos, que culminó con la visita oficial del Presidente Eisenhower a
Madrid el 21 de diciembre de 1959. A pesar de alguna dificultad, la amistad
establecida entre el líder de España y el Presidente norteamericano facilitó la
firma de un Acuerdo de ayuda militar estadounidense por un importe de 100
millones de dólares.
Durante este mismo período, Franco se
desembarazó poco a poco de sus ministros falangistas. ¡Viva y éxito a los
tecnócratas modernos! El 12 de julio de 1962, Franco retiró de su gabinete a
tres falangistas, confirmando a Ullastres y a Navarro Rubio como ministros de
Comercio y Hacienda, y nombró a otro tecnócrata del Opus Dei, Gregorio
López-Bravo, como ministro de Industria. López Rodó lanzó un primer Plan de
Desarrollo Económico y Social en 1964. El éxito de la transformación económica
era casi increíble. El alza espectacular del turismo fue uno de los signos de
dicha transformación. Cuatro o cinco años antes, España había sido un país
"chapado a la antigua"; ahora, era socio del club de países modernos.
No tengo la intención de detenerme sobre
los errores de Franco, pero hay que recordar un fracaso importante, el hecho de
que sus planes para preservar su esquema constitucional tras su muerte no se
realizaron. En 1966, su proyecto mayor, la Ley Orgánica del Estado, llegó a ser
la Constitución de la España destinada a sobrevivir al Caudillo. De hecho, la
historia decidió de otra manera. El referéndum sobre el texto de la Ley de
Reforma Política, fechada el 15 de diciembre de 1977, fue adverso. El
franquismo sin Franco no se cumplió.
Bajo las Leyes Fundamentales, los
partidos políticos, con la única excepción del Movimiento (que, a decir verdad,
no era un partido, sino una integración de varios) estaban prohibidos. Después
del referéndum todos los partidos políticos podían existir y funcionar. En poco
tiempo (si tengo buena memoria) centenares de partidos surgieron en España,
legales y activos. Pronto se redujeron a una decena.
Personalmente, me alegro de esta
transformación política, que de ninguna manera disminuye los grandes éxitos de
Francisco Franco. El 23 de noviembre, tres días después de la muerte de Franco,
el Príncipe Juan Carlos de Borbón fue proclamado Rey de España, en presencia
del Consejo del Reino y de las Cortes. El Príncipe había llegado al Palacio de
las Cortes en el Rolls-Royce del Caudillo. Era el principio del fin del régimen
anterior, sucedido por una Monarquía democrática, aceptable para unos y otros.
Después de todo, ése era el mensaje del Valle de los Caídos, símbolo de
reconciliación nacional entre los combatientes de la guerra civil.
Brian Crozier
No hay comentarios:
Publicar un comentario