Los días de Suárez
Por Juan Cruz en El
País 14-6-2009
No sabe quién es.
Tiene energía, responde al afecto con el mismo afecto; hace guiños, se burla de
broma de los que tiene cerca. Pero no tiene ninguna relación con la realidad.
Ésta se le ha ido por completo. Como cientos de miles de personas en este país,
sufre alzheimer. No relaciona una cosa con la otra, mantiene conversaciones a
trompicones. Pero es feliz, se le nota feliz, tranquilo; los que le tratan
piensan que está tranquilo, que es un hombre en paz. Pero él tampoco lo sabe.
Mañana se cumplen treinta y dos años de las primeras elecciones democráticas
que él impulsó (y ganó, al frente del Gobierno y de Unión de Centro
Democrático) en este país, pero él no sabe nada, no sabrá nada. No sabe ni que
le quieren ni que no le quieren, y de todo hay.
Desde hace seis años,
cuando perdió el hilo mientras hablaba en un mitin político a favor de su hijo
Adolfo en Albacete, Adolfo Suárez González, el primer presidente del Gobierno
de la democracia, está sumido en la bruma de la desmemoria.
No recuerda nada de lo
que fue, ni supo que su hija Marian ha muerto. Y si lo supo, en seguida lo
olvidó. No recuerda nada. Una frase suya que puede resultar coherente se
contempla como un suceso extraordinario. Pero él tampoco sabe que la ha
pronunciado. Le preguntamos a su hijo Adolfo. Sí, el padre es físicamente el
que fue; te mira y ahí hay una mirada inteligente; te guiña un ojo, se muestra
cómplice, te avisa de que alguien llega para que calles por si acaso… Bromea,
te pide silencio, o se ríe. En los ojos hay vida. Ya no lee, su manera de mirar
sigue siendo la suya, aquella mirada de Suárez entre confiada y veloz. Y te
mira con cariño (“si le miras con cariño”). Esta imagen sirve para explicar
cómo está: si le ves ahora y no te habla, parecería que estás viendo una
película muda en la que un señor mayor que fue como el Suárez que conocimos
vive el inicio de la vejez. Y punto. No hay ningún gesto que delate su
condición de persona ida, completamente fuera de este mundo; y tampoco hay
miradas perdidas.
Se suceden ahora
libros sobre su vida y sobre su actitud como artífice del cambio, al lado del
Rey; Javier Cercas, Gregorio Morán, Carlos Abella…, han escrito libros sobre su
figura, a favor o en contra; Charles Powell prepara una biografía. E incluso
aquella fotografía ha dado que hablar, en pro y en contra, como si aún resonara
la figura que en otros tiempos no fue una ausencia, sino una polémica presencia
en la historia de España. Todos le recuerdan y él no recuerda nada, absolutamente
nada.
¿Y cómo está? ¿Qué
recuerdos se llevó su desmemoria? Ésa es una pregunta que ahora sólo se puede
responder con la voluntad de reconstruir una figura que la enfermedad ha dejado
fuera de combate para la razón que supone el ejercicio de los recuerdos.
Hace tres años, quizá,
Adolfo Suárez, que cumple 77 en septiembre, dijo la última frase coherente que
recuerdan sus próximos. Esa frase es ahora como un talismán, que se reproduce
como si fuera el último ejercicio de una despedida; inconsciente, acaso, pero
coherente. Antes de escucharla, volvamos a ver cómo está Suárez, respondamos a
esa pregunta que se hace quizá desde aquel dramático debilitamiento público de
la memoria que le ocurrió en Albacete. ¿Cómo está Suárez?
Suárez está protegido,
le ven sus hijos, le ve poquísima gente. Su última fotografía pública fue
aquella en la que se ve de toison-copia2espaldas (“hacia el fondo de la
historia”) con el rey don Juan Carlos; “soy tu amigo”, le dijo el Rey. Acaso la
simplicidad de ese intercambio dice mejor que nada a qué grado de desmemoria
llegan estos enfermos, y ese mismo intercambio, también conmueve. La enfermedad
acerca, y esta enfermedad llega al fondo del sentimiento incluso a aquellos que
son lejanos.
Tal como era Suárez,
dice Suárez Illana, seguramente no querría retratos de su rostro en este
periodo de su existencia en que vive en la bruma. Durante algún tiempo, durante
su proceso de desmemoria, su hijo le daba If, de Rudyard Kipling, un poema que
amaba; lo tenía ante sí, alguna vez se detuvo a leerlo como si ese folio
tuviera la extensión de una novela, pero luego ya se le perdió el papel en la
nebulosa en que vive. Ya no podrá leer estos versos que Kipling puso al
principio de su famoso poema (reproducido aquí en la versión de Aquilino Villegas):
“Si puedes estar firme cuando tiemblen de miedo / todos te señalen con
vengativo miedo…”.
No lee, no recuerda.
Tampoco podría relacionar esos versos con el momento más tremendo de su
despedida del poder. No es nada, If ahora no es nada para él, nada es nada.
Pero él está bien, protegido por los suyos. Le visita muy poca gente, porque
sus allegados no han querido que la casa sea una sucesión de personas que
quisieran decir cómo está Adolfo Suárez. Han ido algunos, elegidos por la
familia; Suárez Illana nos contó que él había querido invitar a algunas
personas que, por su relación y por su honorabilidad, él creía que iban a
mantener la discreción que se debe cuidar en relación con una persona enferma.
Entre esas visitas estuvo la de Alfonso Guerra, en torno a la primavera de
2005. Acertó de pleno, dice, eligiendo a Guerra, “que dijo luego tan sólo que
había estado allí para corroborar que mi padre estaba bien atendido”.
Lo visita el Rey
también; aquel de la fotografía no fue el único encuentro.
En este periodo,
Suárez vivió un drama familiar más, después de la muerte de su mujer, Amparo
Illana, el 17 de mayo de 2001, dos años antes de que comenzara su proceso de
deterioro mental. Ya en la nebulosa en la que está sumido falleció de cáncer su
hija Marian, el 7 de marzo de 2004; una vez resueltos los trámites tristes de
estos desenlaces, Adolfo hijo fue a la casa de su padre.
Dicen los médicos que
atienden a este tipo de enfermos que éstos han de hallar siempre afecto a su
alrededor, tienen que saber que aquellos a los que tienen cerca son de veras
sus próximos, y les quieren.
Desde el principio del
pasillo de la casa, Suárez hijo saludó con afecto al padre, y se fue acercando
hasta él; cuando estuvieron uno junto al otro, el Adolfo Suárez perdido en la
desmemoria le miró y le dijo, como si no le hubiera abandonado la intuición que
la gente conserva para adivinar los dramas:
- Tú tienes algo que
decirme.Suárez y su hijo Adolfo
- Sí -le respondió el
hijo.
- Pues dímelo.
- Marian ha muerto.
- ¿Y quién es Marian?
- Tu hija.
- ¿La has enterrado?
- Sí.
- Has hecho muy bien.
Después, Adolfo Suárez
González se fue a pasear con su hijo, y ambos charlaron sobre el césped de
mayo, el mismo en el que el Rey y el ex presidente pasean en la ya famosa
última foto que les junta y que hará el 18 de julio un año exacto que apareció.
Adolfo hijo nos contó,
cuando le preguntamos cómo está su padre, otro acontecimiento que ha ocurrido
en este tiempo de niebla perpetua; lo hizo y acabó visiblemente emocionado.
La historia es la de la
última vez que el ex presidente del Gobierno pronunció una frase coherente,
redonda, una respuesta verdadera a una pregunta concreta. Suárez Illana es un
creyente católico, como su padre, y pensó que a una persona de esas creencias
“le gustaría estar preparado para enfrentarse a Dios en la eventualidad de su
muerte”.
Y decidió llamar al
confesor habitual del padre, el arzobispo Antonio Cañizares. Era la primavera
de 2005, en el centro de la bruma; invitó a cenar al sacerdote, que acababa de
ser nombrado vicepresidente de la Conferencia Episcopal.
El ex presidente
saludó a Cañizares como saludaba antes el Adolfo Suárez que nosotros
recordamos, pero del que él mismo no sabe nada. Ahora ya no tiene aquella
energía, pero sí conserva la energía del saludo. Pero es así habitualmente:
cálido, directo, sentimental, se deja querer; el hijo dice: “No soy un héroe:
me lo paso bien con mi padre. Él es ahora un hombre alegre. No lo sabe, no sabe
qué es alegre o triste, pero se muestra alegre”.
Así que Cañizares se
sentó al lado de Suárez y le puso la mano en la rodilla, y le preguntó al ex
presidente, después de unas palabras circunstanciales, según la fórmula ritual:
- ¿Quieres que te
administre el perdón?
Suárez le respondió al
sacerdote:
- Yo siempre estoy
dispuesto a dar y pedir perdón.
Esa frase sonó como un
destello, una rareza; el hijo se fue del cuarto. Se quedaron a solas el cura y
Suárez, y al cabo de cinco o siete minutos, “don Antonio abrió las puertas, y
me dijo: ‘Te puedes quedar muy tranquilo”.
En Adolfo Suárez
González el hijo ve ahora paz; “no es responsable de nada. Me dolerá su
pérdida, pero me da alegría verle alegre, y en paz. Está vivo, y eso le
convierte en un símbolo; si estuviera muerto ya lo hubieran olvidado; es una
llamada permanente; su ausencia le hace presente. Si estuviera bien no se
callaría, y una opinión suya, con lo que sabe, seguramente resultaría
incómoda”.
La enfermedad de
Adolfo Suárez ha convertido al ex presidente en un ser sobre el que se vierten
realidades y leyendas a las que él no puede responder; ni las puede contar ni
las puede desmentir. Alrededor de su figura silente, sin embargo, flotan
anécdotas o sucesos que la historia va perfilando, y que convierten su época en
un territorio en el que se mezclan la ilusión, la intriga y el navajeo, en gran
parte en el seno de su propio partido, que al fin le hizo tirar la toalla. Aquí
se reúnen, recogidas de testimonios fiables, a veces contradictorios, muchas
veces próximos, algunas de las anécdotas que en su tiempo fueron metáforas de la
vida de España, en una época en que los militares vigilaban su acción
democratizadora y sus correligionarios trataban de someter su huella a un
barrido permanente. La evidencia de que Suárez está ausente añade misterio a
los sucesos, sobre los que se alimenta una bruma que él mismo ya no podrá
despejar.
Organizó maniobras
militares para dejar sin gasolina a los tanques e impedir una reacción a la
legalización del PCE
Era un político, no un
intelectual. Las familias de la UCD quisieron afeárselo. La normalidad era un
puñal tras otro
» “Mi General, no se
lo crea”. Franco le dijo a Adolfo Suárez, cuando éste acababa de ser nombrado
gobernador civil de Segovia:
-Dice usted que la
provincia está mal. Pues yo voy y me vitorean.
-Mi general, no se lo
crea.
Franco lo sabía, pero
Suárez le refrescó la memoria. “Ya sabe usted cómo se preparan esas visitas.
Las aclamaciones las preparamos muy bien”.
-Bueno, Suárez -le
dijo Franco-, espero que no haya venido sólo a traerme problemas. Deme
soluciones.
-Si usted me deja usar
su nombre un día la provincia se arregla.
-Es usted muy audaz,
Suárez. Hágalo, y luego me cuenta.
Y el joven gobernador
civil se fue a ver a Laureano López Rodó, director del Plan de Desarrollo,
correligionario de Fernando Herrero Tejedor, del Opus, el hombre que le había
recomendado a Franco.
-Me ha dicho Franco
que debemos declarar Segovia Provincia de Acción Especial.
-Eso es una
barbaridad. ¡Cien millones de pesetas de libre disposición!
-Pues llame usted al
Pardo y se lo explica al general.
López Rodó fue más
astuto: hizo que su secretario llamara al Pardo: “¿Ha estado por ahí Adolfo
Suárez?”. Había estado, “acaba de salir”.
Franco le envió
después a Segovia al joven Príncipe. Don Juan Carlos fue con su cuñado,
Constantino, a comer a Cándido. Le20090613elpepunac_5 esperaban las cámaras de
TVE, y un exultante gobernador.
Hubo química. El
príncipe le pregunta al gobernador lo que Franco ya le había preguntado, qué
habría que hacer cuando se produzcan “las previsiones sucesorias”.
Fue entonces cuando
Suárez le prepara un papelito que ahora está entre los papeles de Suárez (y del
Rey). Algunos lo han visto; otros niegan su existencia. Suárez lo cita: “Este
proyecto político, que tenía concretado incluso por escrito, en notas y
esquemas, era conocido -y pienso que compartido- por algunas de las más altas
instancias del Estado, y lo expliqué a todas las personas a las que ofrecí
formar parte de mi primer Gobierno y que me interrogaron sobre el diseño
político de la etapa de gobierno que se abría”. Lo dijo en Diario 16 en 1983.
Aún hoy se discute si existe o no.
Según quienes sí lo
han visto, en el papelito se establecen las líneas maestras de la Transición.
Devolución de la soberanía al pueblo. Una Constitución acordada por todos.
Amnistía. Partidos Políticos.
Era finales de 1969.
Siete años más tarde el papel iba a resurgir, en manos de don Juan Carlos, que
ya era Rey. Se lo dio a Suárez, después de darle un susto, el día en que lo
eligió presidente del Gobierno.
» Por “Un desastre sin
paliativos”. La herencia de Franco fue Carlos Arias Navarro. Con él en la
presidencia del Gobierno era muy difícil poner en marcha el papel de Segovia. Y
el Monarca se valió de un periodista extranjero para dinamitar al heredero. Don
Juan Carlos dijo que Carlos Arias Navarro era “a resounding disaster”, un
desastre sin paliativos. Arias era un personaje incómodo, representaba al
Régimen, era un obstáculo para la amnistía, para la creación de partidos
políticos… Dimitió, y comenzó en efecto el proceso sucesorio que Franco había
querido dejar atado y bien atado…
Suárez sabía que iría
en la terna, y los otros cuyos nombres llegaron al Consejo del Reino (Areilza,
López Bravo) creían que el nombre del ex gobernador, cachorro del Régimen,
ligado al Movimiento, era una manera de completar una lista. Torcuato Fernández
Miranda cumplió la misión; y pronunció esa frase que la historia ha consolidado
como la expresión que explica mejor que nada la voluntad que tenía el Rey de
nombrar a Suárez presidente del Gobierno: “Estoy en condiciones de dar al Rey
lo que el Rey me ha pedido”.
Las grandes familias
(Areilza, López Bravo) se habían dedicado a debilitarse mutuamente, a batir al
contrario, y el advenedizo se quedó con el cetro. Un cuarto hombre, Manuel
Fraga Iribarne, se había quedado lejos de la pugna, y en ello veía la sombra
del ex gobernador. Un día le dijo en los baños del Congreso:
-Jamás te perdonaré
que me hayas jubilado doce años antes.
Y entre los que
aspiraban era Areilza el que se suponía más seguro. La leyenda dice que en uno de
aquellos días alguien llamó a su casa, y alguien respondió:
-El presidente está
descansando.
» “Señor, arreglando
unos papeles”. A Suárez le parecía evidente que el Rey quería que fuera su
primer ministro, pero el Rey le hizo sufrir. Era julio, y la familia se fue a
Baleares, a buscar sitio donde pasar agosto. La terna había sido dilucidada, y
el resultado estaba en manos de don Juan Carlos. Sábado, un día sin gloria, y
el ex gobernador que le entregó aquel papelito en Segovia despachaba sus
nervios más que sus asuntos en la casa familiar, en Puerta de Hierro. “Este tío
no me llama”.
A las tres de la tarde
llamó el Rey. ¿Qué haces? “Aquí, ordenando unos papeles”. Vente para acá.
Era el palacio de La
Zarzuela, un lugar lleno de vericuetos, pasillos y antedespachos. Le pusieron
en un despacho solitario; en un aparcamiento inmenso había quedado
empequeñecido su Seat 127, y él se sentía empequeñecido. Hasta que un grito
-”¡Uhhhhh!”- le despierta del sopor y le provoca finalmente una carcajada. Es
el Rey, que le quiere asustar. No le dice nada; se sienta ante una mesa de
despacho y de un cajón saca un papelito. Le dice:
-Esto que me dijiste
en Segovia hay que llevarlo a cabo.
» “Es tu oportunidad”.
El papelito dice (según quienes lo vieron, o lo citan) que hay que desmontar el
Régimen, más o menos.
Él está capacitado
para el haraquiri, porque forma parte de la corte que se quiere desmontar, la
corte del franquismo. Y cuando el haraquiri se produjo de hecho (en las Cortes)
se pudo ver en la televisión su rostro. Uf, lo hemos hecho. Esto va a poder
ser. Eso dijo. No está grabado, pero eso dijo. Esto va a poder ser. Ahí nació
la transición, que él llamaba La Transición. Federico Ysart, un destacado
colaborador de él, le regala un cuento de El Capitán Trueno, cuenta Carlos
Abella. Es un momento culminante. Él está feliz, y le van a odiar. Esa noche se
afilan al tiempo la admiración y el odio. Él lo sabe.
Su compromiso
democrático fue inminente, caliente todavía el cuerpo místico del franquismo:
habrá elecciones libres en el plazo de un año. Las adelantó, casi sin haber
organizado un partido político que él pudiera usar como su propia plataforma.
Es lícito pensar que hasta el Rey tembló: o sea, se monta el equipaje de una
democracia y el país queda en manos de los socialistas y de los comunistas
(éstos aún eran ilegales), que son los únicos que están organizados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario