miércoles, 16 de enero de 2013

Los días de Suárez



Los días de Suárez
Por Juan Cruz en El País 14-6-2009
No sabe quién es. Tiene energía, responde al afecto con el mismo afecto; hace guiños, se burla de broma de los que tiene cerca. Pero no tiene ninguna relación con la realidad. Ésta se le ha ido por completo. Como cientos de miles de personas en este país, sufre alzheimer. No relaciona una cosa con la otra, mantiene conversaciones a trompicones. Pero es feliz, se le nota feliz, tranquilo; los que le tratan piensan que está tranquilo, que es un hombre en paz. Pero él tampoco lo sabe. Mañana se cumplen treinta y dos años de las primeras elecciones democráticas que él impulsó (y ganó, al frente del Gobierno y de Unión de Centro Democrático) en este país, pero él no sabe nada, no sabrá nada. No sabe ni que le quieren ni que no le quieren, y de todo hay.
Desde hace seis años, cuando perdió el hilo mientras hablaba en un mitin político a favor de su hijo Adolfo en Albacete, Adolfo Suárez González, el primer presidente del Gobierno de la democracia, está sumido en la bruma de la desmemoria.
No recuerda nada de lo que fue, ni supo que su hija Marian ha muerto. Y si lo supo, en seguida lo olvidó. No recuerda nada. Una frase suya que puede resultar coherente se contempla como un suceso extraordinario. Pero él tampoco sabe que la ha pronunciado. Le preguntamos a su hijo Adolfo. Sí, el padre es físicamente el que fue; te mira y ahí hay una mirada inteligente; te guiña un ojo, se muestra cómplice, te avisa de que alguien llega para que calles por si acaso… Bromea, te pide silencio, o se ríe. En los ojos hay vida. Ya no lee, su manera de mirar sigue siendo la suya, aquella mirada de Suárez entre confiada y veloz. Y te mira con cariño (“si le miras con cariño”). Esta imagen sirve para explicar cómo está: si le ves ahora y no te habla, parecería que estás viendo una película muda en la que un señor mayor que fue como el Suárez que conocimos vive el inicio de la vejez. Y punto. No hay ningún gesto que delate su condición de persona ida, completamente fuera de este mundo; y tampoco hay miradas perdidas.
Se suceden ahora libros sobre su vida y sobre su actitud como artífice del cambio, al lado del Rey; Javier Cercas, Gregorio Morán, Carlos Abella…, han escrito libros sobre su figura, a favor o en contra; Charles Powell prepara una biografía. E incluso aquella fotografía ha dado que hablar, en pro y en contra, como si aún resonara la figura que en otros tiempos no fue una ausencia, sino una polémica presencia en la historia de España. Todos le recuerdan y él no recuerda nada, absolutamente nada.
¿Y cómo está? ¿Qué recuerdos se llevó su desmemoria? Ésa es una pregunta que ahora sólo se puede responder con la voluntad de reconstruir una figura que la enfermedad ha dejado fuera de combate para la razón que supone el ejercicio de los recuerdos.
Hace tres años, quizá, Adolfo Suárez, que cumple 77 en septiembre, dijo la última frase coherente que recuerdan sus próximos. Esa frase es ahora como un talismán, que se reproduce como si fuera el último ejercicio de una despedida; inconsciente, acaso, pero coherente. Antes de escucharla, volvamos a ver cómo está Suárez, respondamos a esa pregunta que se hace quizá desde aquel dramático debilitamiento público de la memoria que le ocurrió en Albacete. ¿Cómo está Suárez?
Suárez está protegido, le ven sus hijos, le ve poquísima gente. Su última fotografía pública fue aquella en la que se ve de toison-copia2espaldas (“hacia el fondo de la historia”) con el rey don Juan Carlos; “soy tu amigo”, le dijo el Rey. Acaso la simplicidad de ese intercambio dice mejor que nada a qué grado de desmemoria llegan estos enfermos, y ese mismo intercambio, también conmueve. La enfermedad acerca, y esta enfermedad llega al fondo del sentimiento incluso a aquellos que son lejanos.
Tal como era Suárez, dice Suárez Illana, seguramente no querría retratos de su rostro en este periodo de su existencia en que vive en la bruma. Durante algún tiempo, durante su proceso de desmemoria, su hijo le daba If, de Rudyard Kipling, un poema que amaba; lo tenía ante sí, alguna vez se detuvo a leerlo como si ese folio tuviera la extensión de una novela, pero luego ya se le perdió el papel en la nebulosa en que vive. Ya no podrá leer estos versos que Kipling puso al principio de su famoso poema (reproducido aquí en la versión de Aquilino Villegas): “Si puedes estar firme cuando tiemblen de miedo / todos te señalen con vengativo miedo…”.
No lee, no recuerda. Tampoco podría relacionar esos versos con el momento más tremendo de su despedida del poder. No es nada, If ahora no es nada para él, nada es nada. Pero él está bien, protegido por los suyos. Le visita muy poca gente, porque sus allegados no han querido que la casa sea una sucesión de personas que quisieran decir cómo está Adolfo Suárez. Han ido algunos, elegidos por la familia; Suárez Illana nos contó que él había querido invitar a algunas personas que, por su relación y por su honorabilidad, él creía que iban a mantener la discreción que se debe cuidar en relación con una persona enferma. Entre esas visitas estuvo la de Alfonso Guerra, en torno a la primavera de 2005. Acertó de pleno, dice, eligiendo a Guerra, “que dijo luego tan sólo que había estado allí para corroborar que mi padre estaba bien atendido”.

Lo visita el Rey también; aquel de la fotografía no fue el único encuentro.
En este periodo, Suárez vivió un drama familiar más, después de la muerte de su mujer, Amparo Illana, el 17 de mayo de 2001, dos años antes de que comenzara su proceso de deterioro mental. Ya en la nebulosa en la que está sumido falleció de cáncer su hija Marian, el 7 de marzo de 2004; una vez resueltos los trámites tristes de estos desenlaces, Adolfo hijo fue a la casa de su padre.
Dicen los médicos que atienden a este tipo de enfermos que éstos han de hallar siempre afecto a su alrededor, tienen que saber que aquellos a los que tienen cerca son de veras sus próximos, y les quieren.
Desde el principio del pasillo de la casa, Suárez hijo saludó con afecto al padre, y se fue acercando hasta él; cuando estuvieron uno junto al otro, el Adolfo Suárez perdido en la desmemoria le miró y le dijo, como si no le hubiera abandonado la intuición que la gente conserva para adivinar los dramas:
- Tú tienes algo que decirme.Suárez y su hijo Adolfo
- Sí -le respondió el hijo.
- Pues dímelo.
- Marian ha muerto.
- ¿Y quién es Marian?
- Tu hija.
- ¿La has enterrado?
- Sí.
- Has hecho muy bien.
Después, Adolfo Suárez González se fue a pasear con su hijo, y ambos charlaron sobre el césped de mayo, el mismo en el que el Rey y el ex presidente pasean en la ya famosa última foto que les junta y que hará el 18 de julio un año exacto que apareció.
Adolfo hijo nos contó, cuando le preguntamos cómo está su padre, otro acontecimiento que ha ocurrido en este tiempo de niebla perpetua; lo hizo y acabó visiblemente emocionado.
La historia es la de la última vez que el ex presidente del Gobierno pronunció una frase coherente, redonda, una respuesta verdadera a una pregunta concreta. Suárez Illana es un creyente católico, como su padre, y pensó que a una persona de esas creencias “le gustaría estar preparado para enfrentarse a Dios en la eventualidad de su muerte”.
Y decidió llamar al confesor habitual del padre, el arzobispo Antonio Cañizares. Era la primavera de 2005, en el centro de la bruma; invitó a cenar al sacerdote, que acababa de ser nombrado vicepresidente de la Conferencia Episcopal.

El ex presidente saludó a Cañizares como saludaba antes el Adolfo Suárez que nosotros recordamos, pero del que él mismo no sabe nada. Ahora ya no tiene aquella energía, pero sí conserva la energía del saludo. Pero es así habitualmente: cálido, directo, sentimental, se deja querer; el hijo dice: “No soy un héroe: me lo paso bien con mi padre. Él es ahora un hombre alegre. No lo sabe, no sabe qué es alegre o triste, pero se muestra alegre”.
Así que Cañizares se sentó al lado de Suárez y le puso la mano en la rodilla, y le preguntó al ex presidente, después de unas palabras circunstanciales, según la fórmula ritual:
- ¿Quieres que te administre el perdón?
Suárez le respondió al sacerdote:
- Yo siempre estoy dispuesto a dar y pedir perdón.
Esa frase sonó como un destello, una rareza; el hijo se fue del cuarto. Se quedaron a solas el cura y Suárez, y al cabo de cinco o siete minutos, “don Antonio abrió las puertas, y me dijo: ‘Te puedes quedar muy tranquilo”.
En Adolfo Suárez González el hijo ve ahora paz; “no es responsable de nada. Me dolerá su pérdida, pero me da alegría verle alegre, y en paz. Está vivo, y eso le convierte en un símbolo; si estuviera muerto ya lo hubieran olvidado; es una llamada permanente; su ausencia le hace presente. Si estuviera bien no se callaría, y una opinión suya, con lo que sabe, seguramente resultaría incómoda”.
La enfermedad de Adolfo Suárez ha convertido al ex presidente en un ser sobre el que se vierten realidades y leyendas a las que él no puede responder; ni las puede contar ni las puede desmentir. Alrededor de su figura silente, sin embargo, flotan anécdotas o sucesos que la historia va perfilando, y que convierten su época en un territorio en el que se mezclan la ilusión, la intriga y el navajeo, en gran parte en el seno de su propio partido, que al fin le hizo tirar la toalla. Aquí se reúnen, recogidas de testimonios fiables, a veces contradictorios, muchas veces próximos, algunas de las anécdotas que en su tiempo fueron metáforas de la vida de España, en una época en que los militares vigilaban su acción democratizadora y sus correligionarios trataban de someter su huella a un barrido permanente. La evidencia de que Suárez está ausente añade misterio a los sucesos, sobre los que se alimenta una bruma que él mismo ya no podrá despejar.
Organizó maniobras militares para dejar sin gasolina a los tanques e impedir una reacción a la legalización del PCE
Era un político, no un intelectual. Las familias de la UCD quisieron afeárselo. La normalidad era un puñal tras otro
» “Mi General, no se lo crea”. Franco le dijo a Adolfo Suárez, cuando éste acababa de ser nombrado gobernador civil de Segovia:
-Dice usted que la provincia está mal. Pues yo voy y me vitorean.
-Mi general, no se lo crea.

Franco lo sabía, pero Suárez le refrescó la memoria. “Ya sabe usted cómo se preparan esas visitas. Las aclamaciones las preparamos muy bien”.
-Bueno, Suárez -le dijo Franco-, espero que no haya venido sólo a traerme problemas. Deme soluciones.
-Si usted me deja usar su nombre un día la provincia se arregla.
-Es usted muy audaz, Suárez. Hágalo, y luego me cuenta.
Y el joven gobernador civil se fue a ver a Laureano López Rodó, director del Plan de Desarrollo, correligionario de Fernando Herrero Tejedor, del Opus, el hombre que le había recomendado a Franco.
-Me ha dicho Franco que debemos declarar Segovia Provincia de Acción Especial.
-Eso es una barbaridad. ¡Cien millones de pesetas de libre disposición!
-Pues llame usted al Pardo y se lo explica al general.

López Rodó fue más astuto: hizo que su secretario llamara al Pardo: “¿Ha estado por ahí Adolfo Suárez?”. Había estado, “acaba de salir”.
Franco le envió después a Segovia al joven Príncipe. Don Juan Carlos fue con su cuñado, Constantino, a comer a Cándido. Le20090613elpepunac_5 esperaban las cámaras de TVE, y un exultante gobernador.
Hubo química. El príncipe le pregunta al gobernador lo que Franco ya le había preguntado, qué habría que hacer cuando se produzcan “las previsiones sucesorias”.
Fue entonces cuando Suárez le prepara un papelito que ahora está entre los papeles de Suárez (y del Rey). Algunos lo han visto; otros niegan su existencia. Suárez lo cita: “Este proyecto político, que tenía concretado incluso por escrito, en notas y esquemas, era conocido -y pienso que compartido- por algunas de las más altas instancias del Estado, y lo expliqué a todas las personas a las que ofrecí formar parte de mi primer Gobierno y que me interrogaron sobre el diseño político de la etapa de gobierno que se abría”. Lo dijo en Diario 16 en 1983. Aún hoy se discute si existe o no.

Según quienes sí lo han visto, en el papelito se establecen las líneas maestras de la Transición. Devolución de la soberanía al pueblo. Una Constitución acordada por todos. Amnistía. Partidos Políticos.
Era finales de 1969. Siete años más tarde el papel iba a resurgir, en manos de don Juan Carlos, que ya era Rey. Se lo dio a Suárez, después de darle un susto, el día en que lo eligió presidente del Gobierno.
» Por “Un desastre sin paliativos”. La herencia de Franco fue Carlos Arias Navarro. Con él en la presidencia del Gobierno era muy difícil poner en marcha el papel de Segovia. Y el Monarca se valió de un periodista extranjero para dinamitar al heredero. Don Juan Carlos dijo que Carlos Arias Navarro era “a resounding disaster”, un desastre sin paliativos. Arias era un personaje incómodo, representaba al Régimen, era un obstáculo para la amnistía, para la creación de partidos políticos… Dimitió, y comenzó en efecto el proceso sucesorio que Franco había querido dejar atado y bien atado…
Suárez sabía que iría en la terna, y los otros cuyos nombres llegaron al Consejo del Reino (Areilza, López Bravo) creían que el nombre del ex gobernador, cachorro del Régimen, ligado al Movimiento, era una manera de completar una lista. Torcuato Fernández Miranda cumplió la misión; y pronunció esa frase que la historia ha consolidado como la expresión que explica mejor que nada la voluntad que tenía el Rey de nombrar a Suárez presidente del Gobierno: “Estoy en condiciones de dar al Rey lo que el Rey me ha pedido”.
Las grandes familias (Areilza, López Bravo) se habían dedicado a debilitarse mutuamente, a batir al contrario, y el advenedizo se quedó con el cetro. Un cuarto hombre, Manuel Fraga Iribarne, se había quedado lejos de la pugna, y en ello veía la sombra del ex gobernador. Un día le dijo en los baños del Congreso:
-Jamás te perdonaré que me hayas jubilado doce años antes.
Y entre los que aspiraban era Areilza el que se suponía más seguro. La leyenda dice que en uno de aquellos días alguien llamó a su casa, y alguien respondió:

-El presidente está descansando.
» “Señor, arreglando unos papeles”. A Suárez le parecía evidente que el Rey quería que fuera su primer ministro, pero el Rey le hizo sufrir. Era julio, y la familia se fue a Baleares, a buscar sitio donde pasar agosto. La terna había sido dilucidada, y el resultado estaba en manos de don Juan Carlos. Sábado, un día sin gloria, y el ex gobernador que le entregó aquel papelito en Segovia despachaba sus nervios más que sus asuntos en la casa familiar, en Puerta de Hierro. “Este tío no me llama”.
A las tres de la tarde llamó el Rey. ¿Qué haces? “Aquí, ordenando unos papeles”. Vente para acá.
Era el palacio de La Zarzuela, un lugar lleno de vericuetos, pasillos y antedespachos. Le pusieron en un despacho solitario; en un aparcamiento inmenso había quedado empequeñecido su Seat 127, y él se sentía empequeñecido. Hasta que un grito -”¡Uhhhhh!”- le despierta del sopor y le provoca finalmente una carcajada. Es el Rey, que le quiere asustar. No le dice nada; se sienta ante una mesa de despacho y de un cajón saca un papelito. Le dice:
-Esto que me dijiste en Segovia hay que llevarlo a cabo.
» “Es tu oportunidad”. El papelito dice (según quienes lo vieron, o lo citan) que hay que desmontar el Régimen, más o menos.
Él está capacitado para el haraquiri, porque forma parte de la corte que se quiere desmontar, la corte del franquismo. Y cuando el haraquiri se produjo de hecho (en las Cortes) se pudo ver en la televisión su rostro. Uf, lo hemos hecho. Esto va a poder ser. Eso dijo. No está grabado, pero eso dijo. Esto va a poder ser. Ahí nació la transición, que él llamaba La Transición. Federico Ysart, un destacado colaborador de él, le regala un cuento de El Capitán Trueno, cuenta Carlos Abella. Es un momento culminante. Él está feliz, y le van a odiar. Esa noche se afilan al tiempo la admiración y el odio. Él lo sabe.
Su compromiso democrático fue inminente, caliente todavía el cuerpo místico del franquismo: habrá elecciones libres en el plazo de un año. Las adelantó, casi sin haber organizado un partido político que él pudiera usar como su propia plataforma. Es lícito pensar que hasta el Rey tembló: o sea, se monta el equipaje de una democracia y el país queda en manos de los socialistas y de los comunistas (éstos aún eran ilegales), que son los únicos que están organizados.

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