Sabino Fernández Campo: un gran
intelectual y político
Por Juan Velarde Fuertes, de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas (ABC, 30/10/09):
Sobre la figura de Sabino Fernández
Campo, conde de Latores, mucho se ha publicado y escrito en relación con su
papel en la alta política española. Era lógico. En otra ocasión he recordado
que quien me hizo comprender la importancia de Sabino Fernández Campo fue un
gran amigo de mi padre, un profesor universitario e investigador eminente como
catedrático de Historia del Derecho, que había sido ministro de Instrucción
Pública en 1935, en un Gobierno Lerroux. Me refiero a Ramón Prieto Bances. Allá
por los años cincuenta, me dijo: «Anota, porque llegará muy lejos en la
historia de España, el nombre de un ovetense, Sabino Fernández Campo. Se me
destacó en clase, y desde entonces he seguido su vida de éxitos iniciales que
se convertirán en permanentes».
Yo, personalmente, he convivido con
Sabino Fernández Campo desde su ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales
y Políticas, con aquel discurso magnífico «Una relectura de «El Príncipe»», el
28 de junio de 1994, y en ella he seguido, paso a paso su labor académica hasta
ahora mismo, cuando fallece como presidente de esta Corporación.
Por eso me atrevo a ofrecer ahora que ya
es una figura de la Historia de España, un simple escorzo, de lo que debería
ser un planteamiento exhaustivo de la obra de este español ejemplar e
intelectual finísimo que fue Sabino Fernández Campo. En el mundo de la cultura,
en el de la ciencia, todo tiene que justificarse. Yo pretendo, así, poner de
manifiesto por qué me parece obligado mostrar las bases intelectuales de su
acción política, que queda para siempre señalada en algún momento clave de
nuestra historia contemporánea.
En primer lugar, «el detalle exacto»,
como decía Stendhal. Incluyendo su discurso de ingreso, con amplio contenido
doctrinal, con originales aportaciones, Sabino Fernández Campo ha tenido, en la
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 18 intervenciones académicas,
todas valiosísimas. Destaco dos, porque prueban que era un intelectual
comprometido con la política en el sentido más serio de estas palabras. Su
valor histórico me parece evidente. La primera de ellas es la reflexión sobre
el papel de la Corona. Ya en su discurso de ingreso señalaría la necesidad de
dedicar «cierta atención» en relación con «las formas de Principados que
Maquiavelo describe», «la manera de heredarlos, adquirirlos, conquistarlos,
usurparlos y conservarlos o perderlos…, a efectos de determinar… las
obligaciones y responsabilidades de quienes, de alguna forma, llegan a tener en
sus manos la autoridad y el poder». Completó esto, un año después, en 1995, con
su intervención «La función real en España», con un punto de vista
históricamente muy importante: «Para que la Monarquía pudiera establecerse de
nuevo en España, y aunque no fuera ese el motivo, hubo de tener lugar una
guerra civil, ganarla precisamente el bando que obtuvo la victoria… No se
desató la guerra civil para restaurar la Monarquía, pero sí que hubiera sido
muy difícil restaurarla de no desatarse la guerra civil y de no obtenerse el
resultado que se obtuvo». Y el análisis del trámite hacia el consenso que
culminó en la Constitución de 1978, le lleva a señalar que «el contacto y la
coordinación (de la Corona) con el Gobierno de turno,… no debe significar nunca
total identificación». Es, indispensable a estos efectos. «Es preciso, además,
que en esta relación y en las respectivas actuaciones no se produzca una
confusión. Cada uno debe ocupar el puesto que le corresponde, sin dudas ni
intromisiones», admitiendo que «puede haber discrepancias, pues una total
armonía conduce en ocasiones a la inercia. De ahí la importancia del diálogo
permanente, del respeto mutuo y de la lealtad en la cooperación».
En segundo lugar creo que resulta
interesantísimo, como se destacó en su intervención de 5 de marzo de 1998 de
qué manera, durante la elaboración de la actual Constitución, con papel
importante de éste, «se pensó en cuatro puntos concretos…:
-La previsión de un trámite… para el
supuesto de que el Rey disintiera abiertamente de una disposición legal
sometida a su sanción, sin convertir siempre a ésta en un acto mecánico y
obligado.
-La posibilidad de que el Rey tomara la
iniciativa para convocar un referéndum sobre temas trascendentales para la
Nación, que se plantearían de forma imprevisible por encima de los programas,
las promesas y los acuerdos de los partidos políticos.
- La facultad del Rey de dirigirse a los
españoles mediante mensajes especiales, en ocasiones muy determinantes.
-La creación de un Consejo Real que
pudiera asesorar a S. M. en caso necesario». Y como complemento, con motivo del
XXV aniversario de la Constitución, su intervención «La Corona y la
Constitución», puntualizó algo muy importante: «No es fácil el papel de Rey en
una Monarquía parlamentaria. Se ha dicho que podía considerarse como una
verdadera obra de arte. El funcionamiento interno de la Institución depende
mucho de la personalidad del Rey y no obedece a un estereotipo más o menos
fijado, como sucede, por ejemplo, con la función ministerial y su relación con
las estructuras administrativas del Estado. La Monarquía tiene el objetivo
general de colocar a la política en un plano de dignidad o elevación de miras
que está lejos, muy lejos, de la descomposición, de la corrupción y de la
vulgaridad».
Como economista no puedo por menos de
recordar en estos momentos que en la sesión del 26 de noviembre de 2002, bajo
el título de «Intolerancia ante lo intolerable», y al hilo de una serie de
escándalos financieros mundiales que crearon entonces, incluso, un amago de
crisis que pronto se cortó y que parece que no dejó adecuadas enseñanzas,
señalaría, en congruencia con todo esto que he expuesto hasta este momento
sobre su pensamiento: «Es fácil tolerar las ideas y las opiniones que no nos
perjudican directamente. Pero es más difícil disculpar la vanidad, la necesidad
y las desenfrenadas ambiciones que nos rodean. El ser tolerante no excluye,
sino que se apoya en el reconocimiento de aquello que toleramos. Porque debemos
distinguir la tolerancia de la tontería y hasta de la comodidad». Y de
Fernández Campo son estas palabras, que comparto: «Los gastos inmensos que han
hecho endeudarse hasta cifras alarmantes a las autonomías; la duplicidad de
cargos y la proliferación de funcionarios; las diferencias de criterio y el
abandono de la objetividad para olvidar la necesidad de compensaciones entre
aquellas, de acuerdo con las circunstancias especiales de cada una; las
dificultades que surgen cuando el Gobierno de una Autonomía no está en manos
del mismo partido que el central o, por el contrario, incluso la consideración
política que pueden inclinar a la concesión de preferencias, junto a muchos
otros matices que sería prolijo reseñar con detalle, pero que se disparan
cuando aparecen situaciones terroristas, son condiciones que pueden alertarnos
en cuanto a la perfección de un sistema que se ha desarrollado escapándose de
las manos y con difíciles posibilidades de rectificación, limitación o vuelta
atrás».
Intelectualmente me ha enseñado mucho
Sabino Fernández Campo. Por ejemplo, voy a tomar más de una vez de él una cita
que le oí de nuestro común y admirado Ortega. Gracias a ella capté que había
dicho don José, como a veces le llamaba Sabino Fernández Campo: «El verdadero
revolucionario lo que tiene que hacer es dejar de pronunciar vocablos retóricos
y ponerse a estudiar economía».
Creo que su papel en la Historia de España,
queda claro en este párrafo de una carta de Heidegger a Jaspers, cuando obtuvo
un puesto en la Universidad de Marburgo: «Mi presencia en ella -en este caso,
en nuestra Historia- será un perpetuo acicate para su marcha: me acompaña en
esta tarea una tropa de choque, con algunos compañeros inevitables (que también
son muy útiles), pero con otros al mismo tiempo serios y competentes». Por
ello, le debemos imperecedera gratitud.
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