Vamos
a la conquista del poder
Francisco
Largo Caballero - El Socialista, 25 de julio de 1933
«Compañeras
y compañeros: Había hecho el propósito de no tomar parte en ningún acto semejante
al que estamos celebrando durante el tiempo que estuviese desempeñando un cargo
en el Gobierno de la República. Quería yo, después de salir del Gobierno,
ponerme en contacto con la clase trabajadora española para darle a conocer mi
experiencia dentro del Gobierno de la República y, además, para explicarle la
legislación social de aquélla. Pero las circunstancias me han obligado a
desistir de ese propósito, y, a requerimientos insistentes de la Juventud
Socialista Madrileña, vengo hoy aquí; mas debo advertiros que lo que yo voy a
decir hoy aquí no deshace, no prejuzga, no tiene casi nada que ver con lo que
yo tenga que decir después de salir del Gobierno republicano.
Prólogo
de otros actos análogos
Pudiéramos
afirmar que este acto es el prólogo de los varios que yo pienso celebrar en España
después de salir del Gobierno de la República. Considero de indispensable
necesidad para la masa trabajadora española el difundir lo más exactamente
posible lo que es la República española.
Naturalmente
que al venir hoy aquí se ha producido, contra mi voluntad, una expectación,
debida en buena parte a la gran imaginación del pueblo español, y por otra, a
la mala fe de nuestros enemigos. Pero ya sabéis que yo soy, entre otras cosas,
acaso no muy convenientes en política, hombre claro, hombre que procura no
ocultar lo que piensa.
Ya
sabéis que no soy orador, y, mejor que vosotros, lo sé yo. Es posible que en lo
que yo diga hoy aquí pueda haber algo de diálogo, algo que no sea simplemente
monólogo; pero esto no depende de mí, depende de las circunstancias. Yo tengo
que advertir que si de lo que diga resulta algún diálogo, en mi intención no
está, ni por lo más remoto, molestar a los que se consideren aludidos. Lo que
yo diga lo diré con toda clase de consideraciones y de respeto para las personas.
Breve
autobiografía
Parece
que es costumbre, camaradas, que en estos actos -digo parece que es costumbre
porque, como sabéis, llevo ya más de dos años si hablar en público- que el
orador se haga una pequeña autobiografía, que exponga al auditorio un esquema
de su personalidad política. Yo no os voy a molestar mucho en este particular.
Sólo os voy a decir que hace cuarenta y tres años ingresé en la Unión General
de Trabajadores de España, y en este marzo último hizo cuarenta años que empecé
a militar en la Agrupación Socialista Madrileña. De mi actuación en las organizaciones
donde he intervenido se os puede informar por ellas. No lo voy a hacer yo. Unicamente
lo que quiero decir, lo que quiero hace constar, es que no soy un advenedizo a
la organización política y sindical españolas, que yo no soy un aventurero en
este movimiento político obrero, que yo soy un socialista, pero no por
sentimiento simplemente, sino por convicción. Yo soy de los que protestan
contra las injusticias sociales, de los que creen que el régimen que vivimos no
es inmutable, que es no sólo susceptible de modificación, sino de sustitución
por un régimen socialista, colectivista; soy de los que creen que para hacer
esto no se precisa simplemente una mayor cultura, un mayor desarrollo económico
de la sociedad, sino que es indispensable, y para mí fundamental, el que la
clase trabajadora actúe con eficacia por medio de sus organizaciones políticas
y sindicales para lograr el cambio de régimen. Es decir, que yo no he olvidado
todavía aquellas palabras de Marx: «Proletarios de todos los países, unios.»
«La emancipación de la clase trabajadora ha de ser obra de ella misma.»
Hecha
esta presentación, debo manifestaros que tampoco aspiro a jefaturas de ninguna
clase ni a ser director exclusivo de ninguna política; soy un compañero del
Partido que expone sus ideas libremente, y luego, el que quiera, las acepta, y
el que no, no. Esto en mí no es nuevo. En abril de 1930, en este mismo local,
yo decía que a la clase trabajadora no le hacían falta jefes, ni le hacían
falta pastores, sino que la clase trabajadora por sí misma haría aquello que
más le conviniera y que considerara más justo.
Motivo
fundamental del acto
Uno
de los motivos por los que yo he venido aquí es porque me creía obligado a
contribuir de esta manera al fondo para la rotativa; pero, además, y
fundamentalmente, porque observo que el enemigo común va apretando el cerco y
aumentando la agresividad contra nuestro Partido y contra nuestras ideas. Y
este hombre, ya de algunos años -perdonadme la vanidad-, tiene el temperamento
todavía joven y no está dispuesto, mientras él pueda, a contribuir, ni por
acción ni por omisión, a que el enemigo pueda aumentar sus armas contra
nuestras ideas o pueda manejarlas mejor contra nuestro Partido. Este es el
motivo más fundamental que yo he tenido para venir hoy aquí.
He
dicho que el cerco del enemigo común cada día se estrecha más. No es que a
nosotros nos asombre el que esto suceda, porque estamos acostumbrados a
acometidas de igual naturaleza, según se prueba con la historia de nuestro
Partido y de nuestras organizaciones. Hace cuarenta y tres años, cuando yo
ingresé en la organización, la agresividad existía, pero hoy ocurrirá lo mismo
que les ocurrió el año 1930. Habiendo dicho yo aquí, en abril, las palabras que
os he recordado, en octubre tuvieron que llamarnos para que cooperásemos al
triunfo de la República. Y deben tener presente que las cosas no están tan
llanas, que los obstáculos no han desaparecido, que las dificultades para la
República persisten y que sin el Partido Socialista y sin la Unión no podrán
defender con eficacia a la República. (Aplausos.)
Un
momento histórico
Es
ahora cuando pudiéramos decir que entramos ya en el tema de la conferencia. A
pesar de las campañas de todo género que se hicieron contra nosotros, en
octubre del año 1039 tuvieron que venir a solicitar del Partido y de la Unión
General de Trabajadores la cooperación. momento histórico en nuestro país y
momento histórico para nuestras organizaciones. A partir de él se plantea una
cuestión que yo me voy a permitir tratar, aunque sea brevemente, porque no
quiero mortificaros mucho con mi palabra. (Denegaciones.) La cuestión de si el
Partido Socialista y la Unión deben o no tomar parte en la revolución española.
Y el Partido Socialista y la Unión, por medio de sus representantes, acuerdan
que sé, que deben tomar parte en la revolución. ¿Y cuándo y cómo lo acuerdan?
¿Es que el acordar esto era una cosa extraordinaria? ¿Era una cosa que estaba
fuera de los cálculos de nuestro Partido, de la táctica de nuestro Partido?
Leed nuestro Programa y veréis que en el Programa mínimo la primera cuestión
que se plantea es «supresión de la monarquía». Es decir, que el Partido
Socialista tiene como primer punto en su Programa mínimo, no en el máximo, sino
en el mínimo, la supresión de la monarquía. El Partido Socialista, por ese
Programa acordado en nuestros Congresos, estaba en la obligación de trabajar,
de desarrollar sus actividades, para suprimir la monarquía española. ¿Cómo lo
había de hacer? ¿El Partido sólo? ¿El Partido en colaboración con otros
elementos? Eso dependería de las circunstancias. El Programa no dice cómo, pero
es sabido de todos que las circunstancias son las que obligan a una conducta, a
una táctica.
La
condición no aceptada
Nosotros
siempre habíamos afirmado, siempre habíamos defendido la supresión de la monarquía
española, hasta el extremo de que hemos sido censurados, criticados
injustamente por muchos elementos que se llaman afines, porque durante la
dictadura de Primo de Rivera no hemos atendido sugestiones que se nos hacían
por ciertos elementos, que luego fueron a la Asamblea de Primo de Rivera, para
contribuir a movimientos que llamaban revolucionarios. Y cuando les poníamos
condiciones como ésta: Que nosotros no iríamos a ningún movimiento si no era
para derribar la monarquía española y, además, que no admitíamos un cambio de
dinastía, que había de ser forzosamente para instaurar la República, esos
elementos no aceptaron nunca de plano nuestras condiciones; esos elementos nos
decían siempre que lo primero que habría que hacer era poner al Rey en tal o en
cual sitio de nuestro país, con todas las garantías de seguridad, para que
luego el país resolviese lo que creyese oportuno. Otros nos hablaban de un Rey
constitucional, como si no se llamase así al que fue Rey de España. En una
palabra: que ninguno de los elementos que se acercaron a nosotros iba de una
manera clara, terminante, a derribar la monarquía española. La mayor parte -y
ahora explicaré por qué la mayor parte- se refería, se conformaba con derribar
al que llamaban el dictador: Primo de Rivera. Nosotros entendíamos que el
verdadero dictador era Alfonso XII (Muy bien.) Y que el otro era un agente del
segundo, y que lo que había que hacer era derribar al patrono, con lo que su
agente quedaba anulado y fuera de servicio.
Cómo
fuimos al Comité revolucionario
Algún
elemento no se negaba en absoluto a esto que nosotros pedíamos; pero hay que
reconocer que en el conjunto de esos elementos había alguno que no inspiraba a
nuestro Partido la confianza suficiente para colaborar con él. Siempre lo
dijimos: Cuando el Partido Socialista vea que se le requiere formal y
seriamente, con garantías posibles de poder transformar el régimen monárquico
en República, el Partido Socialista ayudará a ello con la Unión General de Trabajadores
de España. ¿Y qué ocurrió? Pues que un día, en octubre de 1930, se acercaron a
nuestro Partido representantes que a juicio nuestro ofrecían esas garantías de
seriedad y de lealtad para ir al movimiento. En cuanto se presentaron,
reconocimos que era el momento en que el Partido debía decidirse a cooperar en
la revolución. Y así lo hicimos, sin titubeo ninguno. Fuimos al Comité
revolucionario. Estando en él (no olvidéis esto que os estoy manifestando, para
que saquéis después las consecuencias), se nos dijo: «Es preciso que el Partido
tenga representantes en el Gobierno provisional. Si esto no se hace, tenemos
fundamentos para decir que la revolución será imposible ahora.» Es decir, que
los mismos elementos que nos invitan a tomar parte en la revolución, nos dicen:
«Si no hay representantes del Partido Socialista en el Gobierno provisional, no
podemos responder de que la revolución se verifique.» Y no solamente los
hombres que estaban en el Comité revolucionario, sino otros elementos que
habían ofrecido su cooperación a la revolución, vienen y nos dicen: «Si
ustedes, socialistas, no forman parte del Gobierno, no es fácil que la
revolución se realice.» En esa situación, nosotros acordamos participar en el
Gobierno provisional. Y aquí se nos plantea ya la cuestión de la colaboración
ministerial.
El
problema de la participación
Yo
tengo que decir, con todos los respetos, que me parece que se ha tergiversado
un poco el problema de la participación ministerial; que el caso de España, que
el caso nuestro no es el caso que se plantea en la mayor parte de los países
sobre la participación ministerial, porque España no estaba en una situación
normal. Nosotros no hemos ido a participar en un Gobierno republicano dentro de
una situación normal. Nosotros hemos ido a una revolución, nosotros hemos
participado en ella y hemos ido a un Gobierno revolucionario; no es la
participación ministerial corriente, normal, que no se nos ha planteado a
nosotros en el Partido Socialista español todavía el problema en la parte fundamental,
que pudiera ser discutible, de la participación en Gobiernos burgueses; eso
está todavía virgen en nuestro Partido; eso no está decidido en nuestro
Partido. Lo que está decidido es participar en un Comité revolucionario, en un
Gobierno provisional que hace la revolución. Y después, ¿qué ocurre? Pues que
este Gobierno provisional, en lugar de hacer lo que han hecho muchos Gobiernos
provisionales, estar meses y meses gobernando con amplias facultades, se
apresura a normalizar la situación, en vista de cómo se proclamó la República
en España; se apresura a constituir un Parlamento. Cuando se va a las
elecciones nos encontramos con que nuestro partido lleva a la Cámara más de 100
diputados, constituyendo el grupo más numeroso del Parlamento.
La
victoria electoral y sus consecuencias
Situación
del partido: contribuye a la revolución, forma parte del Gobierno provisional,
se va a las elecciones y el grupo más numeroso es el socialista. Cuando con
unas elecciones generales realizadas con la mayor pureza, el partido socialista
resulta ser el más numeroso de la Cámara, ¿es el momento de abandonar el
Gobierno? Los votos obtenidos por nuestros representantes en el Parlamento,
¿querían decir que debíamos dejar de participar en el Gobierno? (Varias voces:
No.) Yo no hago la pregunta para que se me conteste, sino para que se la
conteste a sí mismo cada uno. ¿Qué se hubiera dicho del partido socialista si
en el momento de llevar a las Cortes ese grupo parlamentario declara: «Nosotros
nos vamos del Gobierno»? «¿Y qué van ustedes a hacer?» «Vamos a hacer lo que
hacen todas las oposiciones.» «¿Y con quién se forma Gobierno?» ¿Es que no
supondría para el partido una gran responsabilidad haber abandonado entonces
los sitios que ocupaban los representantes del partido, produciendo, como es
natural que se produjese, un gran trastorno político en nuestro país, negando
la cooperación en el Gobierno? N creo que eso se le pudiera ocurrir a nadie. Y
seguimos en el Gobierno. Y estando en el Gobierno, nosotros tenemos el deseo y el
interés de que esta República, traída por republicanos y socialistas, no sea lo
que fue la primera República; deseamos que sea una República que se consolide,
una República que se estructure políticamente. Para ello había que aprobar una
Constitución. Cooperamos a la discusión y a la votación de la Constitución de
la República.
La
Constitución y las leyes complementarias
Cuando
esto se hace las derechas empiezan ya a intranquilizarse. Y comienzan a
amenazar, a hablar de revisión de la Constitución. Cuando esto sucede, los
socialistas y los republicanos que han traído la República por medios
revolucionarios dicen: «¡Ah! No es bastante haber hecho una Constitución,
porque esta Constitución puede ser falseada después en las leyes complementarias;
hay que hacer las leyes complementarias, porque si ahora dejamos el camino
libre al enemigo, a los de la derecha, en las leyes complementarias
desvirtuarán todo el sentido revolucionario que pueda tener la Constitución.
(Muy bien) Y nosotros hicimos el propósito de que, ocurriese lo que ocurriese
en España, primero se aprobaría la Constitución, y después, las leyes
complementarias.
Así,
vimos durante toda esta etapa acometidas de la extrema izquierda que vosotros
conocéis. Y un Gobierno al cual repugna tener que emplear la violencia contra
nadie, se ve obligado, para defender la República, a emplearla. Con todo el
dolor de nuestro corazón tuvo que hacerse. Pero ¿para qué? ¿En nombre de qué,
en aras de qué? En aras del régimen republicano.
Vienen
acometidas de la derecha, y con la misma consciencia el Gobierno republicano
repele esos movimientos y defiende a la República.
El
porqué de los sacrificios colectivos
Viene
la oposición parlamentaria, y el Gobierno resiste. ¿En aras de qué? ¿En aras
del puesto, del asiento que cada uno de nosotros tuviera en el Gobierno?
Comprenderéis que en toda esta etapa de dos años a nadie le puede agradar el
tener que ocupar puestos como éstos para verse obligado a proceder como ha
tenido que hacerlo el Gobierno de la República. Pero había algo que estaba por
encima de nosotros mismos: el compromiso de que la segunda República española
no muriese como murió la primera. (Muy bien. Grandes aplausos.) Y para eso
había que hacer sacrificios, no sacrificios personales, sino colectivos. Muchos;
nadie los ha hecho mayores que el partido socialista y la Unión General de
Trabajadores de España. Nadie mayores; pero, camaradas, ¿qué sacrificios
hubiéramos tenido que hacer si hubiésemos dejado morir la República, si ésta
hubiera caído en manos de los elementos de la derecha o hubiese habido una restauración
monárquica? Todo lo que haya que sacrificar durante el tiempo de la
consolidación de la República, personal y colectivamente, hay que sufrirlo,
porque de esta manera habremos contribuido desinteresadamente, como siempre, a
la victoria del nuevo régimen. Y tendremos derecho, supongo que tendremos
derecho, a pedir respeto y consideración para nuestro Partido y nuestras
organizaciones. (Aprobación.)
El
problema de la participación no está prejuzgado
Por
consiguiente, la participación ministerial durante la revolución y durante la
consolidación de la revolución, no es para mí el problema de la participación
en el Poder. Yo entiendo que eso no prejuzga para nada la actitud que el
partido socialista pueda adoptar en el porvenir sobre esta cuestión. Tendrá que
proceder según las circunstancias. ¡Quién sabe si puede darse el caso, y es
posible que se dé, de que en determinado momento algunos de los que hoy no
están conformes con la participación en el Poder durante el movimiento
revolucionario y consolidación de la República, defiendan la participación en
el Poder en otro momento, y los que hemos ido a la participación del Poder en
estos momentos nos opongamos a la participación en el Poder! (Muy bien.) Porque
eso dependerá, como he dicho antes, de las circunstancias, de los momentos
políticos, que no están sujetos a nuestra voluntad. Eso no es una cuestión de
principio. Eso es una cuestión de táctica. Y nadie puede hipotecar el porvenir
sobre este particular; yo no lo hipoteco. Yo quedo, después de salir del
Gobierno de la República, en absoluta libertad para mantener mi criterio sobre
la participación o no participación en el provenir. Hoy estamos cumpliendo un
deber histórico. Por consiguiente, quedamos, al menos yo, en que esto de la
participación en el Poder hoy no prejuzga para nada nuestra posición en el
porvenir.
Algunas
consideraciones más sobre la participación
Conviene
decir algunas palabras sobre lo que pueda significar la colaboración
ministerial. He dicho hace un momento que no podemos hipotecar nuestro
pensamiento, nuestro actitud para el mañana, porque el desarrollo político en
nuestro país nos puede conducir a situaciones que nos obligasen a rectificar lo
que hoy dijésemos. Yo no puedo olvidar que en un Congreso, no recuerdo bien si
fue del Partido o de la Unión General de Trabajadores, habiendo monarquía, alguien
habló también incidentalmente de la participación en el Poder. Yo salí
inmediatamente al encuentro, diciendo: «No me parece oportuno plantear la
cuestión, porque aun dentro de la monarquía pudieran darse casos tan difíciles
que, bien a nuestro pesar, nos obligasen a participar en el Gobierno.» Era
cuando la guerra de Marruecos. Algún jefe de partido que era republicano, que
luego se pasó a la monarquía y que hoy parece que es republicano otra vez
(Grandes aplausos), tenía entonces la ilusión de que iba a ser llamado a
Palacio para formar Gobierno. Y en seguido mandó a amigos suyos a sondear a los
hombres del partido y a preguntarles si colaborarían en un Gobierno formado por
él, con elementos, naturalmente, nuevos dentro de la monarquía, con una
condición: con la condición de que ellos terminaban la guerra de Marruecos.
Cuando esta sugestión se hizo, ya dió que pensar entonces, porque en aquella
época era cuando nosotros hacíamos la campaña contra la guerra de Marruecos,
era cuando caían a centenares en Africa los proletarios, cuando toda la opinión
pública española estaba contra aquella acción guerrera. Aquello podía ser un
lazo de la monarquía para meternos dentro de un Gobierno monárquico; pero el
hecho era que se ofrecía que si colaboraban los socialistas en aquel Gobierno,
la guerra de Marruecos terminaría. Y una de dos: o participábamos en el
Gobierno para terminar la guerra de Marruecos, o se nos podía hacer
responsables de que la guerra de Marruecos continuara. Recuerdo, y perdonad
estas disgresiones, que a la persona que a mí me habló yo le dije: «Y del
Ejército, ¿qué van ustedes a hacer?» «Mire usted -me respondió-, en eso no
hemos pensado.» «¡Ah, no! Yo no sé lo que hará mi partido; pero yo digo que
mientras el Ejército esté como está, ni el rey ni ustedes podrán hacer nada, y
la guerra de Marruecos no terminará. Si ustedes no ponen mano en el Ejército y
echan fuera de él a los principales culpables de la guerra de Marruecos, la
guerra de Marruecos no termina. Yo no sé qué les dirán a ustedes mis compañeros,
pero yo les digo que es seguro que sin una garantía de una reforma radical en
el Ejército, echando a la calle a los generales principalmente culpables de esa
guerra, no podrá haber posibilidad de contar con nuestra colaboración.»
Resultado de todas estas conversaciones fue que no nos volviesen a hablar más
del asunto. Indudablemente, cuando se planteó la cuestión, que debió plantearse,
referente al Ejército, no quisieron atenderla.
La
revolución hizo pensar y decidir
Ya
en aquella ocasión el problema de la participación en el Poder hacía pensar
despacio. Vino la revolución; hizo pensar y decidir. No sabemos lo que podrá
ocurrir mañana. Como en el Congreso del partido dije yo, o nosotros actuamos en
política, o no actuamos. Y si actuamos en política, nosotros podemos llevar al
Parlamento un grupo de tal importancia que o seamos nosotros los que vayamos a
colaborar con los burgueses, sino que puede que tengamos que decir a los
burgueses que vengan a colaborar con nosotros. Esto no creo que sea una
quimera, porque la medida del progreso que en el orden político puede tener
nuestro partido no podemos calcularla. Nuestra obligación es luchar
políticamente con entusiasmo, con decisión y con eficacia, y al hacer esto no
sabemos hasta dónde podemos llegar y en qué medida podemos superarnos. Y nos
podemos encontrar ante una situación en que pudiera suceder esto que yo he
dicho ahora, que puede parecer a alguien un absurdo. Pues bien, repito, lo de
la participación en el Poder no está, para mí planteado.
Y
con motivo de todo esto, entramos en la lucha política, entramos en el
Gobierno; pasan los primeros meses, se elabora la Constitución, e inmediatamente
surgen elementos dentro de la República, dentro del campo republicano, pidiendo
que se marchen los socialistas del Poder.
Eso
lo diremos nosotros
Tengo
que declarar aquí que me parece poco reflexiva esa actitud. Yo creo que esos
elementos (no me refiero a los que llaman ahora cavernícolas, que ésos, para
mí, no cuentan; me refiero a aquellos que se llaman afines) no reflexionan
cuando dicen que los socialistas deben marcharse del Poder, que deben marcharse
del Gobierno. No se trata aquí, ni por parte de ellos ni por nuestra parte, de
que estemos, como suelen creer muchas gentes, disfrutando de ciertas prebendas
dentro de un cargo ministerial, o que lo pueden disfrutar ellos. Eso es muy
pequeño, no vale la pena siquiera de discurrir un segundo sobre ello. No; hay
que mirar más alto. A estoa elementos republicanos que piden, que solicitan,
que hacen campañas en la prensa, y en los mítines, y en los pasillos del
Congreso para que los socialistas salgan del Gobierno, yo les voy a plantear la
siguiente cuestión: que salgan los socialistas del Gobierno..., ¿por qué? ¿Es
que la República está tan segura, tan fuerte, tan sólida en sus cimientos que
ya no le hace falta la colaboración de los socialistas? ¿Lo afirman? ¿Están
convencidos? Yo me permito afirmar aquí que a la República española le hace
falta todavía el apoyo, la colaboración del partido socialista y de la Unión
General de Trabajadores. Si hay alguien en el otro campo que crea lo contrario
sinceramente, que no le guíen en sus afirmaciones pequeñas razones políticas o
de amor propio o ambiciones, que lo entienda así, que lo pueda probar, que lo
afirme públicamente. ?No hace falta ya la colaboración socialista a la
República¿ ¿Ya está firme? ¿Ya está en plena salud? ¿Ya no tiene que temer nada
de nadie? ¡Quien sabe si a estas fechas los hechos habrán demostrado ya todo lo
contrario! (Gran ovación.)
Pero,
además, vamos a aceptar la hipótesis de que la República está tan firme y que,
como ellos, creen, no precisa de la colaboración socialista para que siga
adelante. ¿Pero es para esos menesteres para los que nos tienen a nosotros?
¿Pero qué concepto se tiene del partido socialista y de la Unión General de
Trabajadores? ¿Pero qué concepto se tiene de estos organismos, que se cree que
no pueden colaborar en un Gobierno, aunque sea contra la voluntad de los
socialistas, sino hasta el momento en que la República se consolide? Eso lo
podremos decir nosotros, pero no ellos. (Muy bien.) Eso lo diremos nosotros
pero no ellos.
Vamos
a la conquista del poder
Además,
hay quien dice: «Ya la República está en marcha, y, como es República, debemos
gobernarla los republicanos. (Risas.) ¿Pero qué somos nosotros? ¿Es que porque
somos socialistas no somos republicanos? Hace poco hacía referencia al primer
punto de nuestro programa mínimo: supresión de la monarquía. Nosotros, por ser
socialistas, somos republicanos; si es simplemente por el título de
republicanos, tenemos el mismo derecho que puede tener otro cualquiera a
gobernar el país. Pero hay quien dice: «No, no; ustedes son un partido de
clase. Y como son un partido de clase, no pueden, no deben ustedes gobernar con
los partidos republicanos.» ¿Qué significa esta declaración? Porque nosotros no
negamos que defendemos a la clase trabajadora principalmente, al mismo tiempo
que defendemos los intereses generales del país. Pero esa declaración quiere
decir que si nosotros somos defensores de los intereses de la clase obrera,
ellos serán defensores de los intereses de la clase burguesa. Si nosotros, por
defender más principalmente los intereses proletarios, estamos incapacitados de
gobernar los intereses del país, los del lado contrario estarán, a la inversa
en la misma situación. Claro que no es ésa la realidad; la realidad es todo lo
contrario, pues en un Gobierno como el actual se hace una política de transacción.
Pero ellos argumentan así: somos un Partido de clase. ¿Qué quiere decir eso?
¿Es que a la clase obrera no se le va a permitir gobernar, siempre que lo haga
con arreglo a la Constitución y a las leyes del país? ¿Es que se le repudia,
por ser clase obrera, para la gobernación del Estado, si esta clase obrera
procede con arreglo a la Constitución y a las leyes vigentes? ¡Ah!, esto es muy
grave. ¿Es que vamos a volver otra vez a los partidos legales e ilegales, ya que
no en la Constitución, en la práctica de cada día? A nuestro Partido, por ser
partido obrero, partido de clase, como ellos dicen, ¿se le repudia para la
gobernación del Estado, permitiéndolo la Constitución, permitiéndolo las leyes?
¿A dónde se le empuja? De una manera inconveniente, están haciendo una labor
anarquizante que asombra. Nosotros vamos a la conquista del Poder. (Muy bien.
Gran ovación.) Si vamos a la conquista del Poder, nuestro propósito es lograrlo
según la Constitución nos lo permite, según las leyes del Estado nos lo
consientan.Encuesta
Juan
Negrín (Las Palmas de Gran Canaria, 3 de febrero de 1889 - París, 12 de
noviembre de 1956). Fisiólogo y político español, Presidente del Gobierno de la
Segunda República Española, uno de los personajes más controvertidos de la
Guerra Civil Española.
Hijo
primogénito de un próspero y muy religioso hombre de negocios (un hermano
fraile y una hermana monja), Negrín estudió las primeras letras en su ciudad
natal en el colegio privado La Soledad y obtuvo las máximas calificaciones en
el Bachillerato, a la edad de 14 años. En 1906 su padre le envió a estudiar
medicina a Alemania. Comienza la carrera de Medicina a los quince años, primero
en la Universidad de Kiel y luego en la de Leipzig, vinculándose a la Escuela
de Fisiología de esta última, dirigida por Ewald Hering. En 1912, a los veinte
años, obtuvo el grado de Doctor. Trabajó como asistente numerario en la misma
Universidad y con la movilización de sus superiores durante la Primera Guerra
Mundial asumió nuevas responsabilidades docentes. En este tiempo aprendió
inglés, alemán y francés, y tradujo del francés al alemán L´Anaphylaxie de
Charles Richet.
El
21 de julio de 1914 contrajo matrimonio con María Fidelman Brodsky, pianista e
hija de una familia acomodada rusa exiliada que vivía en Holanda. El matrimonio
tuvo cinco hijos, de los que sobrevivieron tres de ellos: Juan, Rómulo y
Miguel.
Regresó
a España en 1916, y ocupó la dirección del Laboratorio de Fisiología General en
Madrid, por entonces situado en los sótanos de la Residencia de Estudiantes. En
1919 convalidó su título de Licenciado de Medicina y Cirugía y al año siguiente
realizó su tesis doctoral: "El tono vascular y el mecanismo de la acción
vasotónica del esplácnico". Obtuvo la cátedra de Fisiología de la
Universidad Central de Madrid en 1922, cargo desde el que creó una escuela de
fisiología de renombre mundial. Fue maestro, entre otros, de los profesores
Severo Ochoa (galardonado con el premio Nobel de Fisiología y Medicina) y
Francisco Grande Covián. Ingresó en el Partido Socialista Obrero Español
durante la dictadura de Primo de Rivera, y fue diputado por Las Palmas a partir
de 1931. En 1934 le dieron la excedencia por su condición de diputado.
Nombrado
ministro de Hacienda en septiembre de 1936 en el gobierno de Largo Caballero,
tras la dimisión de mismo el 17 de mayo de 1937 el Presidente de la República
Manuel Azaña le nombró Presidente del Gobierno, acción que causó una gran
sorpresa en la España republicana.
Al
frente de Hacienda, hizo aprobar y supervisó la evacuación, para depositarlas
en lugar seguro y fuera del alcance de los nacionales, de gran parte de las
reservas de oro del Banco de España 460 de las 635 toneladas de oro fino hacia
Cartagena, y enviadas luego a Moscú (el célebre Oro de Moscú de la propaganda
franquista), para servir a la financiación de la adquisición de suministros
militares y civiles y el pago de comisiones. Al decir de Francisco Largo Caballero:
«¿De esta decisión convenía dar cuenta a muchas personas? No. Una indiscreción
sería la piedra de escándalo internacional (…) Se decidió que no lo supiera ni
el Presidente de la República, el cual se hallaba entonces en un estado
espiritual verdaderamente lamentable, por consiguiente sólo lo sabía el
Presidente del Consejo de Ministros (es decir, el propio Largo), el Ministro de
Hacienda (Negrín) y el de Marina y Aire (Indalecio Prieto). Pero los dos
primeros serían los únicos que se habían de entender con el Gobierno de Rusia».
(FPI, AFLC XXIII, p. 477).
La
decisión de enviar el oro a Moscú estaba relacionada con el pago de armamento a
la Unión Soviética. Según la propaganda franquista, la operación era un robo
porque las mencionadas reservas no eran propiedad del Gobierno de la República
-del Tesoro Público- sino del Banco de España, que no sería nacionalizado hasta
la promulgación del Decreto-Ley 18/1962, del 7 de junio de 1962. El Banco de
España no era, pues, banco nacional, sino una sociedad anónima por acciones
cuyas relaciones con el Gobierno estaban regidas por una Ley (Ley de Ordenación
Bancaria del 29 de diciembre de 1921, refundida el 24 de enero de 1927 y modificada
por Ley de 26 de noviembre de 1931) que no autorizaba a este último a disponer
de las reservas de oro, más para ejercer una acción interventora con relación a
la estabilidad cambiaria de la peseta. Sin embargo, la sublevación militar y la
guerra civil justificaron la alteración el curso de la legalidad normal
republicana, como cita expresamente el decreto, y la dimensión de la operación,
su confidencialidad y aparente secretismo.
Negrín
convirtió el cuerpo de Carabineros en una unidad de elite mandada por hombres
de su confianza, perfectamente equipada, con intendencia especial, equipamiento
sanitario de primer orden y exclusivamente a sus órdenes. Una especie de
ejército privado que pronto fue conocido popularmente como los “Cien mil hijos
de Negrín”. Su misión, con Rafael Méndez al frente, era evitar la infiltración
comunista. Incautaron bienes con los que Negrín formó un inmenso tesoro que al
término de la guerra se transportó a México en un yate de lujo de 690 toneladas
fletado expresamente, el Vita, anteriormente conocido como Giralda, yate real
de Alfonso XIII. La historiografía franquista ha acusado tradicionalmente a
Negrín de utilizar esos fondos en beneficio propio. La intención de Negrín era
utilizar ese dinero para financiar el flete de barcos para el traslado de
exiliados republicanos a México. Para ello, organizó el SERE (Servicio de Evacuación
a los Republicanos Españoles). Sin embargo, Indalecio Prieto entendía que era
más apropiado destinar ese dinero a la ayuda directa de los refugiados (en
comida, etc.), creando la JARE (Junta de Ayuda a los Refugiados Españoles). A
la llegada del Vita a Veracruz, Prieto se apoderó del barco, iniciando una
larga y amarga disputa con Negrín.
A
pesar de las acusaciones de dictatorial que lanzaron sus enemigos y detractores
como Diego Abad de Santillán, según los soviéticos como Ernö Gerö "el gran
enemigo de la situación es el pluralismo que mantiene Negrín en el Frente
Popular".
También
en palabras del anarquista Diego Abad de Santillán: Tenía la llave de la caja y
lo primero que se le ocurrió en materia de finanzas fue crearse una guardia de
corps de cien mil carabineros. No hemos tenido nunca 15.000 carabineros cuando
disponíamos de tantos millares de costas y de fronteras, y el Dr. Negrín, sin
fronteras y sin costas, ha creído necesario — ¿para asegurar su política
fiscal? — un ejército de cien mil hombres. El delito de los que consintieron
ese desfalco al tesoro público merece juicio severísimo. Y los que han tolerado
sin protesta esa guardia de corps de un advenedizo sin moral y sin escrúpulos,
también deben ser responsabilizados, por su negligencia o su cobardía, de ese
atentado al tesoro y a las conquistas revolucionarias del pueblo, que a eso se
reducía, en última instancia, esa base organizada y bien armada de la
contrarrevolución.
Según
Largo Caballero: El señor Negrín, sistemáticamente, se ha negado siempre a dar
cuenta de su gestión, (…) de hecho, el Estado se ha convertido en monedero
falso (...) Desgraciado país, que se ve gobernado por quienes carecen de toda
clase de escrúpulos (...) con una política insensata y criminal han llevado al
pueblo español al desastre más grande que conoce la Historia de España. Todo el
odio y el deseo de imponer castigo ejemplar para los responsables de tan gran
derrota serán poco. (FPI, AFLC XXIII, p. 477).
Negrín
no conoció el asesinato de Andreu Nin y de la plana mayor del POUM hasta
después de los hechos. Es cierto, sin embargo, que intentó pasarlo por alto
para seguir contando con la ayuda de los soviéticos. Bajo su gobierno se
produjeron algunos desmanes cometidos por comunistas y anarquistas. Se le acusó
de corrupto y despilfarrador siendo los casos más sonados los de la Comisión de
Compras de París y la CAMPSA Gentibus.
Según
sus enemigos, su vida parece haber distado mucho de la sobriedad. Indalecio
Prieto señala su excesiva afición a la comida, la bebida y la compañía
femenina, llegando a afirmar que cenaba hasta tres veces, bebía las botellas de
dos en dos (champaña a ser posible, pero sin hacerle ascos al vino) y que
prefería acostarse con las mujeres también a pares [cita requerida]. Dice Abad
de Santillán: Lo único público de la vida de este hombre es su vida privada, y
ésta, sin duda alguna, dista mucho de ser ejemplar y de expresar una categoría
de personalidad superior. Una mesa suntuosa y superabundante, vinos y licores
sin tasa, y un harén tan abundante como su mesa completan su sistema (...) Ni
es persona de inteligencia ni es hombre de trabajo (...) Negrín es un holgazán.
Su dinamismo se agota en ajetreos inútiles, en festines pantagruélicos y
harenes sostenidos por las finanzas de la pobre República. (…) Este hombre no
ha trabajado nunca (...) Intelectualmente es una nulidad, moralmente es un
nuevo rico...
El
primer acto político importante del nuevo Gobierno Negrín fue la publicación el
30 de abril de 1938 del documento donde formulaba su programa político. Eran
los famosos "Trece Puntos", que establecían y concretaban los
objetivos por los cuales se continuaba la lucha y sobre los cuales podía
establecerse un principio de acuerdo con los nacionales:
1.
La independencia de España.
2.
Liberarla de militares extranjeros invasores.
3.
República democrática con un gobierno de plena autoridad.
4.
Plebiscito para determinar la estructuración jurídica y social de la República
Española.
5.
Libertades regionales sin menoscabo de la unidad española.
6.
Conciencia ciudadana garantizada por el Estado.
7.
Garantía de la propiedad legítima y protección al elemento productor.
8.
Democracia campesina y liquidación de la propiedad semifeudal.
9.
Legislación social que garantice los derechos del trabajador.
10.
Mejoramiento cultural, físico y moral de la raza.
11.
Ejército al servicio de la Nación, estando libre de tendencias y partidos.
12.
Renuncia a la guerra como instrumento de política nacional.
13.
Amplia amnistía para los españoles que quieran reconstruir y engrandecer
España.
La
oferta fue rechazada por Franco, que exigió hasta el final una rendición
incondicional. Frustrado el intento de lograr la paz, Negrín reforzó sus
poderes e impulsó una nueva y gran ofensiva, que fue un desastre para los
republicanos. Si cuando se hizo cargo del poder, en Mayo de 1937, todavía era
concebible una victoria del Frente Popular, a un año vista, la gestión militar
del gobierno Negrín había sido un lamentable rosario de fracasos. Se habían
perdido las batallas de Brunete, Belchite, todo el Norte, Teruel, Alcañiz,
Lérida, Tortosa y Vinaroz (Batalla del Ebro), quedando cortada en dos la España
republicana.
Trasladó
el Gobierno a Barcelona (octubre de 1937), y en abril de 1938 reorganizó su gobierno
(en el que acumuló la cartera de Defensa, que ostentaba Prieto), con el apoyo
de la CNT y de la UGT. Negrín pretendió fortalecer el poder central frente a
sindicatos y anarquistas, aliándose con la burguesía y clases medias, tratando
de poner coto al movimiento revolucionario y creando una economía de guerra.
Llevó a cabo una política de fortalecimiento del Ejército y del poder
gubernamental, puso la industria bajo control estatal e intentó organizar la
retaguardia. Disconformes con su centralismo, el 16 de agosto de 1938
dimitieron los ministros Irujo y Ayguadé. El 21 de septiembre de ese mismo año
anunció la retirada de las Brigadas Internacionales, esperando una acción
recíproca de los voluntarios italianos en el bando nacional. Todo ello tenía la
intención última de enlazar el conflicto español con la Segunda Guerra Mundial,
que creía inminente, aunque los Acuerdos de Munich hicieron desvanecer
definitivamente toda esperanza de ayuda exterior.
Anthony
Beevor afirma que Negrín trató de restringir la actividad política por medio de
la censura, destierros y detenciones de modo parecido a como lo hacía la
maquinaria estatal franquista. Sin embargo, la mayoría de los simpatizantes de
la República en el exterior, que habían defendido su causa porque era la causa
de la libertad y la democracia, callaron ante los desmanes de las policías
secretas.
Ante
el derrumbe de Cataluña, propuso en la reunión de las Cortes en Figueras la
rendición con la sola condición del respeto a las vidas de los perdedores, pero
al no poder alcanzar este objetivo se trasladó en febrero de 1939 a la zona
Centro con la intención de lograr la evacuación con el mismo éxito con que se
había realizado en Cataluña, pero la rebelión del Consejo Nacional de Defensa
frustró este último plan. Estaba integrado por reconocidos héroes republicanos:
el general José Miaja, el coronel Segismundo Casado y Julián Besteiro, y era
apoyado militarmente por el anarquista Cipriano Mera.
El
Consejo Nacional de Defensa justifica sus actos con el siguiente manifiesto:
«¡Trabajadores
españoles! ¡Pueblo antifascista! Ha llegado el momento en que es necesario
proclamar a los cuatro vientos la verdad escueta de la situación en que nos
encontramos. Como revolucionarios, como proletarios, como españoles y como
antifascistas no podemos continuar por más tiempo aceptando pasivamente la
improvisación, la carencia de orientaciones, la falta de organización y la
absurda inactividad de que da muestras el Gobierno del doctor Negrín. (…) Han
pasado muchas semanas desde que se liquidó, con una deserción general, la
guerra de Cataluña. Todas las promesas que se hicieron al pueblo en los más
solemnes momentos fueron olvidadas; todos los deberes, desconocidos; todos los
compromisos, delictuosamente pisoteados. En tanto que el pueblo en armas
sacrificaba en el área sangrienta de las batallas unos cuantos millares de sus
mejores hijos, los hombres que se habían constituido en cabezas visibles de la
resistencia abandonaron sus puestos y buscaban en la fuga vergonzosa y
vergonzante el camino para salvar su vida (…) No puede tolerase que en tanto se
exige al pueblo una resistencia organizada, se hagan los preparativos de una
cómoda y lucrativa fuga. No puede permitirse que, en tanto que el pueblo lucha,
combate y muere, unos cuantos privilegiados preparen su vida en el extranjero
(…) Constitucionalmente, el Gobierno de Negrín carece de toda base legal en la
cual apoyar su mandato».
Al
final de la contienda se instaló en Francia, de donde huyó a Londres, y desde
donde continuó presidiendo el Gobierno de la República en exilio hasta 1945.
Cabe destacar que Juan Negrín obligó a Lluís Companys, presidente de Cataluña,
a darle todo el dinero que él poseía y el dinero de la Generalitat.
Trasladado
a México, sus divergencias con Indalecio Prieto y Diego Martínez Barrio provocaron
su dimisión ante las Cortes en el exilio. Después de pasar un tiempo en el
Reino Unido, fijó su residencia definitiva en Francia. Falleció en París a la
edad de 64 años.
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